viernes, 19 de marzo de 2010


Olegario González de Cardedal – Cenizas y personas


Olegario González de Cardedal es un teólogo, filósofo y escritor de acreditado prestigio. Nacido en Lastra de Cano (Ávila) en 1934, es sacerdote de la diócesis de Ávila. Estudió en Munich, Oxford y Washington. Actualmente es Catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca, Académico de Número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, autor de numerosos ensayos, artículos y publicaciones. Ha sabido compaginar la docencia con el estudio, la actividad investigadora y el servicio a la Iglesia. Entre 1969 y 1979 fue compañero del entonces teólogo, y después arzobispo y cardenal, Joseph Ratzinger en la Comisión Teológica Internacional, con quien le une una fuerte amistad. Premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades 2004, un galardón que le fué otorgado por su “espléndida actividad académica en el campo de la Teología y la Filosofía, por sus aportaciones en relación con los problemas educativos, éticos y sociales de España, por la belleza de su estilo con el que ha conseguido crear un lenguaje teológico propio; así como por su actividad periodística y su fidelidad a la región castellana y leonesa”.

No hace mucho tiempo fui invitado a asistir a un entierro después de la correspondiente celebración litúrgica. Asentí pensando que el acto religioso se prolongaba con el correspondiente enterramiento en el sentido estricto y etimológico de la palabra: depositar un cadáver en la tumba propia, cubrir con tierra aquel lugar destinado para este fin, junto a sus familiares y sellando con nombre propio ese trozo de suelo.

Poco después se me indicó que después de la incineración el acto tendría lugar en un monte cercano en el que hay un santuario famoso en la zona, dedicado al ángel patrón, con la iglesia circundada por su correspondiente cementerio. Mi sorpresa fue considerable cuando al llegar a la cima de la montaña no nos dirigimos a la iglesia y al campo santo sino al campo abierto, donde comenzaron a buscar la peña más alta desde la que mejor poder esparcir las cenizas. En ese momento se produjo una situación inesperada. El hermano del difunto que tenía entre sus manos la urna cineraria prorrumpió entre cortante y retador: “Las cenizas de mi hermano no se esparcen”.

Ante ese acerado desafío se decidió hacer un hoyo y derramarlas dentro de él o enterrar también el ánfora. Casi todos los asistentes eran ciudadanos que conocían mucho del monte, más mitología que geografía, más por leyendas y relatos ideológicos que por haberlo andado a pie y conocer la estructura de su suelo. Primero intentaron cavar al lado de un haya, sin percatarse de la oposición que sus raíces ofrecen a la hora de excavar. Un segundo intento chocó con un pedregal. Finalmente quienes por nacimiento éramos realmente de monte y por conocer sus trochas, tejidos y declives, perforamos un hueco donde se pudo introducir el ánfora.

Mientras caía una heladora aguanieve sobre los presentes y yo, temiendo el paso y pisadas de cabras, perros y onagros, recubría el lugar en forma de túmulo, no pude evitar el dirigir la mirada a uno de los hijos, mientras ponía mis ojos en una lastra cercana: “En el primer día libre, tú y tus hermanos volvéis a este lugar y en esa piedra grabáis el nombre, la fecha de nacimiento y la fecha de muerte de vuestro padre, porque quien no tiene nombre, lugar y tiempo, no existe, y si nadie le recuerda, no es persona. Y si él deja de existir con nombre y tiempo, dejáis también vosotros de existir, porque cerrados sobre vosotros mismos y olvidados de vuestro origen no sabréis quién sois, de dónde venís, de quién sois y ante quién estáis. Os habréis olvidado de vosotros mismos, al olvidar el lugar y los signos que mantienen viva la raíz amorosa de la que habéis surgido”.

¿Qué trivialización y menosprecio han inundado la experiencia humana actual para despreciar hasta ese límite a los muertos, arrojando sus cenizas a un río, dispersándolas en el monte o espolvoreando con ellas un árbol? En la vida humana los signos son la realidad y los fragmentos son el todo. No hay relación con la persona si no hay remitencia a su tiempo y lugar propios. Quien borra las huellas del prójimo le ha arrancado de su vida, le ha condenado al exilio, le ha declarado inexistente. A la trivialización de la muerte sigue la trivialización de la vida, porque sólo quien sabe dar razón de la muerte y dar amor a los muertos, sabe dar razón de la vida y amor a los vivos. ¡Ese amor a los que han partido, decía Kierkegaard, que es el más gratuito, desinteresado y generoso, porque no nace de la melancolía sino de la gratuidad agradecida y esperanzada!

Por eso hay que poner distancia a ellos, depositándolos en lugar propio y sagrado, no reteniéndolos en casa, como alimento de la melancolía y sucumbiendo a una sensación falaz de presencia y compañía; pero a la vez hay que mantener la cercanía mediante el signo y el símbolo, el lugar y el tiempo, que se vuelven así sagrados, por participar del destino sagrado de la persona sustraída y esperada.

Lejos estoy de pensar que el guardar cenizas o el enterrar cadáveres sean pensados como la garantía de una inmortalidad o resurrección. La fe cristiana no se apoya en el soporte biológico de una incorruptibilidad física o indestructibilidad natural, a las cuales colaboraría el cuidado de esos restos. La fe cristiana es fe en la resurrección; se apoya en el Dios vivo, que ha creado a los hombres para participar en su propia existencia eterna, y lo mismo que los llamó desde la nada a la existencia los llamará desde la muerte a la vida eterna.

No estamos aquí primordialmente ante un problema religioso sino ante un hecho antropológico fundamental: el valor y la sacralidad del hombre, que se expresan en el respeto que sus prójimos le otorgan vivo y muerto. No en vano los primeros signos de humanización y expresión religiosa aparecen en la historia unidos al culto a los muertos, a sus tumbas y fechas necrológicas, al memorial de sus hazañas y a la esperanza de su compañía. Una cultura que olvida y dispersa de esta forma los despojos de los muertos los está “expoliando” y después terminará dispersando por insignificantes a los vivos. Si todo es recuerdo en el amor y espera, donde desaparecen los signos concretos de una persona concreta, ésta termina desapareciendo de la conciencia. Esa soledad otorgada a los muertos se vuelve sospecha en los vivos: no valgo la pena a nadie, si mi recuerdo no acompaña a nadie, mi soledad es definitiva y absoluta. Si no existo ya para nadie, ¿soy alguien?

Memoria e identidad son inseparables, en cada uno y en el prójimo. La Biblia define al hombre como aquel de quien Dios se acuerda, aquel de quien Dios nunca se olvida. La memoria de Dios es la garantía de la definitividad del hombre y de su valor imperecedero. Por eso en la iglesia primitiva se mantenía el mismo respeto al cuerpo de Cristo, conservado en el columnario lateral del templo y a los cuerpos de los cristianos, enterrados a su lado. Allí en esa paz que deriva de la cercanía de Cristo (eso significan las tres letras: RIP) esperan la revelación y redención definitivas. Cada uno está de alguna forma vivo mientras uno de los humanos se acuerde de él, invoque con la palabra y rece por él. ¿Quién no ha leído sin conmoverse el poema Masa de César Vallejo?

Al volver del monte esa noche me tocaba leer el canto XVI de la Ilíada. El oprobio mayor para un hombre es que su cadáver quede a merced de los enemigos o de las aves del cielo, sin enterrar, sin el honor de sus compañeros y sin la memoria fiel de los suyos. “Allí sus hermanos y amigos le harán exequias y le erigirán un túmulo y una estela, que tales son los honores debidos a los muertos” (XVI, 674-675). En este orden cada hombre es un héroe; su existencia es un absoluto por pobre y desconocida que sea; su camino hacia Dios es un camino propio; por ello reclama una tumba con nombre y fecha propios. ¿Habremos retrocedido más atrás de Homero y de los griegos? Ningún platonismo y espiritualismo, ninguna mitología de bosques, montes o ríos, puede conducirnos a esta degradación del hombre, que tiene lugar cuando se borran las huellas de su presencia y se deja a la memoria sin los fragmentos de tiempo y tierra en los que expresar el valor indestructible del ser querido, que expresamos con nuestro recuerdo, oración y veneración. Sin raíces de memoria no hay frutos de esperanza. Sin anticipo de esperanza, la existencia es una condena. Dispersar cenizas, ¿no es despreciar personas?

Olegario González de Cardedal es catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca.
publicado en el País
Olegario en La Tercera de ABC

lunes, 15 de octubre de 2007

Anécdotas

Fortaleza. Decisión


A lo mejor no es todo tan difícil
Christine se asombra de lo fácil que le resulta de pronto la conversación. Algo se estremece bajo su piel. ¿Quién soy yo de hecho, que me está pasando? ¿Por qué puedo hacer de pronto todo esto? ¿Con qué soltura me muevo, y eso que siempre me decían que era rígida y patosa? Y con qué soltura hablo, y supongo que no digo ninguna ingenuidad, porque este caballero tan importante me escucha con benevolencia. ¿Me habrá cambiado el vestido, el mundo, o lo llevaba todo dentro y sólo carecía de valor, sólo estaba siempre demasiado atemorizada? Mi madre me lo decía. A lo mejor no es todo tan difícil, a lo mejor la vida es infinitamente más ligera de lo que creía, sólo hay que tener arrojo, sentirse y percibirse a sí misma, y la fuerza acude entonces de cielos insospechados. (Stefan Zweig, "La embriaguez de la metamorfosis")
Mirar y no pasar de largo
La Razón - J. María ALIMBAU


Un voluntario de un centro de acogida describe el siguiente hecho: «Una tarde de invierno, en una calle muy concurrida y frente a un teatro de ópera, encontramos a una persona que hacía tiempo íbamos siguiendo para ofrecerle ayuda. Iba muy bebida. La invitamos a ir al centro. El encuentro fue ante el gran teatro de la ópera. La persona en cuestión era un hombre. De pronto, se puso a orinar allí mismo, en plena calle. Yo me encontré aguantándolo porque, si no, se caía. La gente que pasaba por allí miraba aquel espectáculo grotesco: un hombre bebido orinando en plena calle y sostenido por otro hombre para que no se cayera. Y ese otro hombre era yo», cuenta el voluntario. Y añade: «Allí mismo me di cuenta de que en la vida hay dos actitudes:
-La de aquellos que miran... y pasan.
-Y la otra de quienes miran... y no pasan. Ayudan».
-Mirar y ver el problema del otro y desentenderse; pasar de largo y huir... no es una actitud solidaria ni ciudadana ni cristiana.
-Mirar y no pasar. Ponerse al lado de quien necesita ayuda... es una actitud solidaria y del discípulo de Jesús.
León Felipe, poeta cristiano, escribió: «Hombres, / sobre hombros / de otros hombres. / Hombres / con hombros / para otros hombres. / Hombros. / Hombres. / Hombros... / Un día ya no habrá estrellas lejanas / ni perdidos horizontes».

Trabajo. Fortaleza. Constancia
Al principio no parecía un genio
George Harrinson, guitarrista solista de los Beatles.
Oyó tocar a un grupo, John Lennon y Paul McCartney y otro y le gustó. Quiso entrar.
—¿Me dejáis entrar en vuestro grupo?
John Lennon, serio, le lleva a un concierto de guitarra clásica en un teatro de Liverpool.
—Cuando hagas una cosa así, entrarás.
No sabía tocar la guitarra. Compró una. Día y noche tocaba y ensayaba sin parar. “Le sangraban los dedos”.
Al cabo de un mes era uno más de los Beatles.
Aprovechar el tiempo
Amar a la vida
Un profesor fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el aeropuerto lo recibió un soldado llamado Ralph. Mientras se encaminaban a recoger el equipaje, Ralph se detuvo unos instantes para ayudar a una anciana con su maleta, y después para orientar a una persona. Cada vez, una sonrisa iluminaba su rostro. "¿Dónde aprendió a comportarse así?", le preguntó el profesor. "En la guerra", contestó Ralph. Entonces le contó su experiencia en Vietnam. Allá su misión había sido limpiar campos minados. Durante ese tiempo había visto cómo varios amigos suyos, uno tras otro, encontraban una muerte prematura. "Me acostumbré a vivir paso a paso. Nunca sabía si el siguiente iba a ser el último; por eso tenía que sacar el mayor provecho posible del momento que transcurría entre alzar un pie y volver a apoyarlo en el suelo. Me parecía que cada paso era toda una vida".
Nadie puede saber lo que habrá de sucederle mañana. Qué triste sería el mundo si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, nuestra vida sería como una película que ya vimos, sin ninguna sorpresa ni emoción. La vida es una gran aventura, y al final no importará quién ha acumulado más riqueza ni quién ha llegado más lejos, sino quién ha amado más. Y ama más quien más ha servido, porque aprecia su vida y la de los demás.
Apostolado. Saber comunicar presentando amablemente la doctrina
Aprender a comunicarse
Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño. "¡Qué desgracia, Mi Señor! Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad", dijo el sabio. "¡Qué insolencia! ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! ¡Que le den cien latigazos!", gritó el Sultán enfurecido.
Más tarde ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo: "¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes". Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado: "¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro. El segundo sabio respondió: "Amigo mío, todo depende de la forma en que se dice.
Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse. De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado."
Aprender a pensar
Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota. Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen y decía: Demuestre como es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro. El estudiante había respondido: lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio.
Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.
Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física. Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara. En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: coge el barómetro y lánzalo al suelo desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronometro. Después se aplica la formula altura = 0,5 por A por T2. Y así obtenemos la altura del edificio.
En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota mas alta. Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta. Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio. Perfecto, le dije, ¿y de otra manera? Sí, contestó, este es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el numero de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el numero de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Este es un método muy directo. Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio. En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su periodo de precesión. En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea coger el barómetro y golpear con el la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.
En este momento de la conversación, le dije si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares). Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar. El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica. Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia es que le habían enseñado a pensar.
Por cierto, para los escépticos, esta historia es absolutamente verídica.
Fortaleza Lucha ascética
Autodominio
Cada vez que una persona, en contra de lo que debe hacer, cede a las pretensiones de su pereza, de su estómago o de su mal carácter, debilita su voluntad, pierde autodominio y reduce su autoestima. Unas viñetas de Mafalda dibujan perfectamente esta situación. Felipe encuentra en su camino una lata vacía y siente el deseo de pegarle una patada. Pero piensa interiormente: "¡El grandullón pateando latitas!". Y pasa de largo, venciendo lo que él mismo juzga un impulso infantiloide. El problema es que, a los pocos metros, da la vuelta y suelta la tentadora patada. Ésta es su segunda reflexión: "¡Qué desastre! ¡Hasta mis debilidades son más fuertes que yo!". (J.R. Ayllón, "Placeres y buena vida").
Filiación divina. Providencia
Bajo sus alas
La revista "National Geographic" publicó hace unos años un artículo sobre algo sucedido después de un incendio en el Parque Nacional Yellowstone de EEUU. Después de sofocado el fuego empezó la labor de evaluación de daños, y un guardabosques encontró una ave calcinada al pie de un árbol, en una posición bastante extraña, pues no parecía que hubiese muerto escapando o atrapada, sino que simplemente estaba con sus alas cerradas alrededor de su cuerpo.
Cuando el asombrado guardabosques la golpeó suavemente con una vara, tres pequeños polluelos vivos emergieron de debajo de las alas de su madre, que sabiendo que sus hijos no podrían escapar del fuego, no los abandonó en ese momento crítico. Tampoco se quedó con ellos en el nido sobre el árbol, donde el humo sube y el calor se acumula, sino que los llevó, quizás uno a uno, a la base de aquel árbol, y ahí dio su vida por salvar la de ellos. ¿Se puede imaginar la escena? El fuego rodeándolos, los polluelos asustados y la madre muy decidida, infundiendo paz a sus hijos, como diciéndoles: "No tengáis miedo, bajo mis alas nada os pasará". Tan seguros estaban ahí tocando sus plumas, aislados del fuego, que ni siquiera habían salido de ahí horas después de apagado el incendio. Estaban totalmente confiados en la protección de su madre, y solo al sentir el golpe del guardabosques pensaron que debían salir.

Leonardo Da Vinci Última Cena
Cambio de rostro
A Leonardo Da Vinci le llevo siete años completar su famosa obra titulada "La ". Las figuras que representan a los 12 apóstoles y a Jesús fueron tomadas de personas reales. La persona que sería el modelo para ser Cristo fue la primera en ser seleccionada. Cuando se supo que Da Vinci pintaría esa obra, cientos de jóvenes se presentaron ante él para ser seleccionados. Da Vinci buscaba un rostro que mostrara una personalidad inocente, pacífica y a la vez bella. Buscaba un rostro libre de las cicatrices y rasgos duros que deja la vida intranquila del pecado.
Finalmente, después de unos meses de búsqueda seleccionó a un joven de 19 años de edad como modelo para pintar la figura de Jesucristo. Durante seis meses trabajó para lograr pintar al personaje principal de esa obra. Durante los seis siguientes años, Da Vinci continuó su obra buscando las personas que representarían a 11 apóstoles, y dejó para el final a aquel que representaría a Judas. Estuvo buscando durante semanas un hombre con una expresión dura y fría. Un rostro marcado por cicatrices de avaricia, decepción, traición, hipocresía y crimen. Un rostro que identificaría a una persona que sin duda traicionaría a su mejor amigo.
Después de muchos fallidos intentos en la búsqueda de este modelo llegó a los oídos de Leonardo Da Vinci que había un hombre con estas características en el calabozo de Roma. Este hombre estaba sentenciado a muerte por haber llevado una vida de robos y asesinatos. Da Vinci vio ante él a un hombre cuyo pelo caía sobre el rostro escondiendo dos ojos llenos de rencor, odio y ruina. Al fin había encontrado a quien modelaría a Judas en su obra. Gracias a un permiso del rey, este prisionero fue trasladado a Milán al estudio del maestro. Durante varios meses este hombre se sentó silenciosamente frente a Da Vinci mientras el artista continuaba con la ardua tarea de plasmar en su obra al personaje que había traicionado a Jesús. Cuando Leonardo dio la última pincelada se volvió a los guardias y dio la orden de que se llevaran al prisionero. Cuando salía, se volvió hacia Leonardo Da Vinci y le dijo: "¡Da Vinci!! !Obsérvame!! ¿No reconoces quién soy?". El artista lo observó cuidadosamente y respondió: "Nunca te había visto hasta aquella tarde en el calabozo de Roma". El prisionero levantó los ojos y dijo: "¡Mírame bien, soy aquel joven cuyo rostro escogiste para representar a Cristo hace siete años...!".
Constancia
Como para respirar
Cierta vez un hombre decidió consultar a un sabio sobre sus problemas. Luego de un largo viaje hasta el paraje donde aquel Maestro vivía, el hombre finalmente pudo dar con él: - "Maestro, vengo a usted porque estoy desesperado, todo me sale mal y no se que más hacer para salir adelante". El sabio le dijo: - "Puedo ayudarte con esto... ¿sabes remar ?" Un poco confundido, el hombre contestó que sí. Entonces el maestro lo llevó hasta el borde de un lago, juntos subieron a un bote y el hombre empezó a remar hacia el centro a pedido del maestro. -"¿Va a explicarme ahora cómo mejorar mi vida?" -dijo el hombre advirtiendo que el anciano gozaba del viaje sin más preocupaciones. -"Sigue, sigue -dijo éste- que debemos llegar al centro mismo del lago".
Al llegar al centro exacto del lago, el maestro le dijo: -"Arrima tu cara todo lo que puedas al agua y dime qué ves...". El hombre, pasó casi todo su cuerpo por encima de la borda del pequeño bote y tratando de no perder el equilibrio acercó su rostro todo lo que pudo al agua, aunque sin entender mucho para qué estaba haciendo esto. De repente, el anciano le empujó y el hombre cayó al agua. Al intentar salir, el sabio le sujetó su cabeza con ambas manos e impidió que saliera a la superficie. Desesperado, el hombre manoteó, pataleó, gritó inútilmente bajo el agua. Cuando estaba a punto de morir ahogado, el sabio lo soltó y le permitió subir a la superficie y luego al bote.
Al llegar arriba el hombre, entre toses y ahogos, le gritó: -"¿Está usted loco? ¿No se da cuenta que casi me ahoga?". Con el rostro tranquilo, el maestro le preguntó: -"¿Cuándo estabas abajo del agua, en qué pensabas, qué era lo qué más deseabas en ese momento?". -¡¡En respirar, por supuesto!! -"Bien, pues cuando pienses en triunfar con la misma vehemencia con la que pensabas en ese momento respirar, entonces estarás preparado para triunfar...". Es así de fácil (o de difícil). A veces es bueno llegar al punto del "ahogo" para descubrir el modo en que deben enfocarse los esfuerzos para llegar a algo.
Familia. Defensa de la vida
Contra viento y marea
Entre las situaciones más extremas que se dan en China, se encuentran las limitaciones en los nacimientos de los niños. Rebasarl el máximo permitido de un hijo por familia es un grave delito, perseguido con toda crueldad. Hace unos días, gracias a los medios de comunicación chinos que comienzan a dar unas impagables y nunca suficientemente reconocidas señales de independencia, han trascendido las horribles vivencias de un matrimonio por salvar a su hija de una muerte cruel. Cuando las autoridades chinas descubrieron que Zhang Chunhong, de 31 años, no solamente había eludido anteriormente el férreo control estatal con el nacimiento de un segundo hijo, sino que tenía muy avanzado un nuevo embarazo, se propusieron por todos los medios que su nacimiento no tuviera lugar en ningún caso. Para lograrlo, le inyectaron a la fuerza una solución salina que debió provocar el aborto, pero la niña nació viva.
La doctora que participó en semejante salvajada ordenó que se dejase a la intemperie a la recién nacida en el balcón, sobre la nieve, pero una enfermera, a costa de graves riesgos y con la connivencia de alguna de sus compañeras, eludió la orden, asegurándole a la niña, en la más absoluta clandestinidad, un mínimo de alimento.
Las súplicas de la madre para que le enseñaran a su hija fueron despreciadas, pero un periodista de la televisión local tuvo la valentía de sacar a la luz pública la situación, lo que supuso la aparición del bebé al que se le había negado la vida, aunque en condiciones lamentables, debido a la precariedad en la que se había mantenido. Cuando apareció ante las cámaras de televisión, pesaba solamente un kilo y tenía algunas lesiones y pese a que el día de su nacimiento había alcanzado los dos kilos y medio. Su padre la enseña orgulloso y declara: “Sin los periodistas, mi hija habría muerto”. (PUP, 3.X.01).
Familia. Ancianos
Cuando sea viejo
El día que este viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme. Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos, recuerda las horas que pase enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras que sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño para que te durmieras tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.
Cuando estemos reunidos y sin querer haga mis necesidades, no te avergüences y compréndeme que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando niño te ayude y estuve paciente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo. Acéptame y perdóname. Ya que soy el niño ahora.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que yo fui quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y tu educación para enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia por ti.
Cuando en algún momento mientras hablamos me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te burles de mi; tal vez no era importante lo que hablaba y me conforme con que me escuches en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Se cuanto puedo y cuanto no debo. También comprende que con el tiempo ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir. Cuando me fallen mis piernas por estar cansadas para andar, dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuanto te ame. Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer. Piensa entonces que con el paso que me adelanto a dar estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste o impotente por verme como me ves. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir. De la misma manera como te he acompañado en tu sendero te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.
Limosna Sacrificio Gaudí
Dar de lo que cuesta
Poca gente sabe que Gaudí tuvo que salir a la calle a pedir dinero para poder proseguir las obras del templo de la Sagrada Familia. En una de esas visitas, exitosa, ocurrió lo siguiente:
—Muchas gracias, dijo Gaudí.
—No, no me de las gracias. En realidad no me supone sacrificio.
—Entonces, añadió el arquitecto con gracia, no sirve. Mejor dicho, no le sirve a usted. Vea de aumentarlo hasta sacrificarse... ¡Le será más agradable a Dios! Porque la caridad que no tiene el sacrificio como base no es verdadera y tal vez no sea más que vanidad.
El caballero se quedó boquiabierto. Reflexionó. Buen cristiano, comprendió y entregó un donativo mucho mayor.
—Ahora soy yo quien le da a usted las gracias, señor Gaudí.
Tomado de Álvarez Izquierdo, “Gaudí”, p. 181.
Caridad uno a uno
De uno en uno
Cierto día, caminando por la playa reparé en un hombre que se agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez. Cuando me aproximé, observé que lo que agarraba eran estrellas de mar que las olas depositaban en la arena, y una a una las arrojaba de nuevo al mar. Le pregunté por qué lo hacía, y me respondió: "Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano. Como ves, la marea está baja y estas estrellas han quedado en la orilla. Si no las devuelvo morirán aquí por falta de oxígeno." "Entiendo -le dije-, pero debe haber miles de estrellas de mar sobre la playa, no puedes lanzarlas todas. Son demasiadas, quizás no te des cuenta que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa. ¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?". El hombre sonrió, se inclinó y tomó una estrella marina y mientras la lanzaba de vuelta al mar me respondió: "¡Para ésta sí lo tuvo!".
Dificultades
Dos ratones
Dos ratones caen en un cubo de leche. El primer ratón, desilusionado, perezoso, se dejó llevar. El segundo, no perdió el ánimo y, con su buen carácter, mientras nadaba, reflexionaba. Y comprendió algo importante: a base de agitar, la leche se coagula. Se animó, aceleró un poco, y al rato aquello fue nata, y después mantequilla, y después dió un salto y salió. Estos dos ratones reflejan dos formas de afrontar los problemas.
Familia. Ancianidad
El abuelo
El abuelo se había hecho muy viejo. Sus piernas flaqueaban, veía y oía cada vez menos, babeaba y tenía serias dificultades para tragar. En una ocasión -prosigue la escena de aquella novela de Tolstoi- cuando su hijo y su nuera le servían la cena, al abuelo se le cayó el plato y se hizo añicos en el suelo. La nuera comenzó a quejarse de la torpeza de su suegro, diciendo que lo rompía todo, y que a partir de aquel día le darían de comer en una palangana de plástico. El anciano suspiraba asustado, sin atreverse a decir nada.
Un rato después, vieron al hijo pequeño manipulando en el armario. Movido por la curiosidad, su padre le preguntó: "¿Qué haces, hijo?" El chico, sin levantar la cabeza, repuso: "Estoy preparando una palangana para daros de comer a mamá y a ti cuando seáis viejos." El marido y su esposa se miraron y se sintieron tan avergonzados que empezaron a llorar. Pidieron perdón al abuelo y a su hijo, y las cosas cambiaron radicalmente a partir de aquel día. Su hijo pequeño les había dado una severa lección de sensibilidad y de buen corazón.
Fortaleza
El águila
El águila es una de las aves de mayor longevidad. Llega a vivir 70 años. Pero para llegar a esa edad, en su cuarta década tiene que tomar una seria y difícil decisión. A los 40 años, ya sus uñas se volvieron tan largas y flexibles que no puede sujetar a las presas de las cuales se alimenta. El pico alargado y en punta, se curva demasiado y ya no le sirve. Apuntando contra el pecho están las alas, envejecidas y pesadas en función del gran tamaño de sus plumas, y para entonces, volar se vuelve muy difícil. Entonces, tiene sólo dos alternativas: dejarse estar y morir... o enfrentarse a un doloroso proceso de renovación que le llevará aproximadamente 150 dias.
Ese proceso consiste en volar a lo alto de una montaña y recogerse en un nido, próximo a un paredón donde no necesita volar y se siente más protegida. Entonces, una vez encontrado el lugar adecuado, el águila comienza a golpear la roca con el pico... hasta arrancarlo. Luego espera que le nazca un nuevo pico con el cual podrá arrancar sus viejas uñas inservibles. Cuando las nuevas uñas comienzan a crecer, ella desprende una a una sus viejas y sobrecrecidas plumas. Y después de todos esos largos y dolorosos cinco meses de heridas, cicatrizaciones y crecimiento, logra realizar su famoso vuelo de renovación, renacimiento y festejo para vivir otros 30 años más.
En nuestra vida también nos toca sufrir procesos de reconversión para no sucumbir. Tenemos quizá que resguardarnos por algún tiempo, meditar, someternos a ciertos sacrificios para llevar a cabo algunos cambios.
Decisión
El animal de las dilaciones
Se cuenta que Alejandro Magno, en una de sus campañas guerreras, se encontró con Diógenes, que tomaba el sol tranquilo y medio desnudo a la orilla de un río. Alejandro, que no en vano había tenido como tutor al mismo Aristóteles y respetaba y secretamente envidiaba la sabiduría, había oído hablar de Diógenes, el filósofo que vivía en un tonel, y aprovechó la ocasión para acercarse a él en persona y conversar con él humildemente, volviendo a ser por un rato discípulo en medio de su gloria militar. Con todo, no podía hacer esperar mucho tiempo a sus tropas, y al fin hubo de despedirse del filósofo.
Tal fue la impresión que aquella breve conversación le había causado, que el conquistador de mundos dijo al sabio del tonel: «Me marcho, pues he de continuar con mis hazañas para la historia. Pero desde ahora ruego a los cielos que en la vida que me toque vivir en mi próxima encarnación no sea yo Alejandro, sino Diógenes».
Diógenes contestó: «¿Y a qué esperar para ello a tu próxima encarnación? Puedes serlo desde ahora si así lo deseas. El río es amplio, y el sol no escatima sus rayos. Hay sitio de sobra por aquí para otro tonel». Y volvió a tumbarse al sol, mientras Alejandro montaba en su caballo.
Muchas veces se ha dicho que el hombre es el animal de las dilaciones. Difiere, aplaza, posterga. Los demás animales actúan al momento, reaccionan al instante. Andan cuando quieren andar, y descansan cuando quieren descansar. Viven al día, al momento. Los hombres, por el contrario, piensan que deberían darse un merecido y necesitado descanso, pero deciden que lo harán más adelante, y siguen trabajando; o, por el contrario, saben que deberían trabajar, pero deciden que ya lo harán más adelante, y siguen descansando cuando, por su propio bien, debieran ponerse a trabajar.
Acertar en lo que se debe dilatar y lo que debe hacerse de inmediato es un asunto importante. Que no resulte que queremos cambiar, mejorar, liberarnos de los vicios que nos esclavizan..., pero para la próxima reencarnación. Nos sucede entonces como a Alejandro, que con una plegaria a los dioses lo arregla todo, acalla su conciencia y sigue con sus conquistas. En la práctica, mucha gente parece creer en la reencarnación. Y no solamente en el Oriente.
Familia. Dificultades. Caridad
El árbol de los problemas
El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se negaba a arrancar. Mientras le llevaba a su casa, se sentó en silencio. Cuando llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta de su casa, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos. Cuando se abrió la puerta, el rostro de aquel hombre se transformó, sonrió, abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Luego me acompañó hasta el coche. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunte por lo que lo había hecho un rato antes. "Oh, ese es mi árbol de problemas", contestó. "Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego, a la mañana siguiente, los recojo otra vez. Lo bueno es -concluyó sonriendo- que cuando salgo por la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior".
Prudencia
El árbol muerto
Recuerdo que un invierno mi padre necesitaba leña, así que buscó un árbol muerto y lo cortó. Pero luego, en la primavera, vio desolado que al tronco marchito de ese árbol le brotaron renuevos. Mi padre dijo: "Estaba yo seguro de que ese árbol estaba muerto. Había perdido todas las hojas en el invierno. Pero se ve que hacía tanto frío que las ramas se quebraban y caían como si no le quedara al viejo tronco ni una pizca de vida. Pero ahora advierto que aún alentaba la vida en aquel tronco". Y volviéndose hacia mí, me aconsejó: "Nunca olvides esta lección. Jamás cortes un árbol en invierno. Jamás tomes una decisión negativa en tiempo adverso. Nunca decisiones importantes decisiones cuando estés en tu peor estado de ánimo. Espera. Sé paciente. La tormenta pasará. Recuerda que la primavera volverá".
Providencia divina. Omnia in bonum
El chino y el caballo
Había una vez un campesino chino, pobre pero sabio, que trabajaba la tierra duramente con su hijo. Un día su hijo le dijo: "Padre, qué desgracia, se nos ha ido el caballo". Su padre respondió: "Veremos lo que trae el tiempo...". A los pocos días el caballo regresó, acompañado de otro caballo. Unos días después, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y éste, no acostumbrado al jinete, se encabritó y lo arrojó al suelo. El muchacho se quebró una pierna. "Padre, qué desgracia, me he roto la pierna". Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció: "Veamos lo que trae el tiempo...". El muchacho se lamentaba.
Pocos días después pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando jóvenes para llevárselos a la guerra. Fueron a la casa del anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo. El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es malo o bueno.
La moraleja de este antiguo consejo chino es que la vida da muchas vueltas, y su desarrollo es a veces tan paradójico su desarrollo, que muchas veces lo que parece malo luego resulta bueno, y al revés. Hay que saber esperar, y sobre confiar en Dios, porque todo es para bien. ¡Cuántas veces los juicios apresurados, impacientes, impiden ver más alto y más lejos!
Aprovechamiento tiempo
El inventario de las cosas perdidas
A mi abuelo aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: "¡Buenos días, abuelo!". Y él extendió su mano en silencio. Me senté junto a su sillón y después de unos instantes un tanto misteriosos, exclamó: "¡Hoy es día de inventario, hijo!". "¿Inventario?", pregunté sorprendido. "Sí. ¡El inventario de tantas cosas perdidas! Siempre tuve deseos de hacer muchas cosas que luego nunca hice, por no tener la voluntad suficiente para sobreponerme a mi pereza. Recuerdo también aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo sin yo saberlo. También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero no me atreví. Recuerdo tantos momentos en que he hecho daño a otros por no tener el valor necesario para hablar, para decir lo que pensaba. Y otras veces en que me faltó valentía para ser leal. Y las pocas veces que le he dicho a tu abuela que la quiero, y la quiero con locura. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas!". Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se le humedecieron sus ojos, y continuó: "Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mi ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo".
Luego, con cierta alegría en el rostro, continuó: "¿Sabes qué he descubierto en estos días? ¿Sabes cuál es el pecado mas grave en la vida de un hombre?". La pregunta me sorprendió y solo atiné a decir, con inseguridad: "No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal...". Me miró con afecto y me dijo: "Pienso que el pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas."
Al día siguiente, regresé temprano a casa, después del entierro del abuelo, para hacer con calma mi propio "inventario" de las cosas perdidas, de las cosas no dichas, del afecto no manifestado.
Caridad. Mirar a los demás
El ladrillazo
Un joven y exitoso ejecutivo paseaba a toda velocidad en su Jaguar último modelo, con precaución de esquivar un chico que hacía señas en la calle. Sin mirarle, y sin bajar la velocidad, pasó junto a él. Sintió un golpe en la puerta. Al bajarse, vio que un ladrillo le había estropeado la pintura de la puerta de su lujoso auto. Salió corriendo y agarró por los brazos al chiquillo, y le gritó: ¿Qué rayos es esto? ¿Por qué haces esto con mi coche? Y enfurecido, continuó gritándole: ¡Es un coche nuevo, y ese ladrillo que lanzaste te va a costar caro! ¿Por qué lo hiciste? "Por favor, Señor, por favor, lo siento mucho. No sé qué hacer. Lancé el ladrillo porque nadie paraba...". Las lágrimas bajaban por sus mejillas, mientras señalaba hacia un lado: "Es mi hermano. Se descarriló su silla de ruedas y se cayó al suelo y no puedo levantarlo". Sollozando, el chiquillo le preguntó: "¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Se ha hecho daño. Y no puedo con él, pesa mucho para mí solo."
Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó saliva. Emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo y lo sentó en su silla nuevamente. Sacó su pañuelo para limpiar un poco las cortaduras y la suciedad de las heridas del hermano de aquel chiquillo. Comprobó que que se encontraba bien, y miró al chiquillo, que le dio las gracias con una sonrisa que nadie podría describir. "Dios le bendiga, señor. Muchas gracias." El hombre vio como se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su humilde casita. El ejecutivo no ha reparado aún la puerta del auto, manteniendo la rayadura que le hizo el ladrillazo. Le recuerda que no debe ir por la vida tan de prisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención. A veces hay muchas cosas que nos susurran en el alma y en el corazón. Hay veces que tiene que caernos un ladrillo para prestar atención a lo que pasa.
Providencia
El rey y su halcón
Genghis Khan (1162-1227), cuyo imperio mongol se extendía desde el este de Europa hasta el Mar de Japón, llegó un día con su ejército a China y a Persia, y conquistó muchas tierras. En todos los países, los hombres referían sus hazañas, y decían que desde Alejandro Magno no existía un rey como él.
Una mañana, cuando descansaba de sus guerras, salió a cabalgar por los bosques. Lo acompañaban muchos de sus amigos. Cabalgaban jovialmente, llevando sus arcos y flechas. Sus criados los seguían con los perros. Era una alegre partida de caza. Sus gritos y sus risas resonaban en el bosque. Esperaban obtener muchas presas. En la muñeca, el rey llevaba su halcón favorito, pues en esos tiempos se adiestraba a los halcones para cazar. A una orden de sus amos, echaban a volar y buscaban las presas desde el aire. Si veían un venado o un conejo, se lanzaban sobre él con la rapidez de una flecha.
Todo el día Genghis Khan y sus cazadores atravesaron el bosque, pero no encontraron tantos animales como esperaban. Al anochecer emprendieron de regreso. El rey cabalgaba a menudo por los bosques, y conocía todos los senderos. Así que mientras el resto de la partida tomaba el camino más corto, eligió un camino más largo por un valle entre dos montañas. Había sido un día caluroso, y el rey tenía sed. Su halcón favorito había echado a volar, y sin duda encontraría el camino de regreso. El rey cabalgaba despacio. Una vez había visto un manantial de aguas claras cerca de ese sendero. ¡Ojalá pudiera encontrarlo ahora! Pero los tórridos días de verano habían secado todos los manantiales de montaña.
Al fin, para su alegría, vio agua goteando de una roca. Sabía que había un manantial más arriba. En la temporada de las lluvias, siempre corría por allí un río muy caudaloso, pero ahora bajaba una gota por vez. El rey se apeó del caballo. Tomó un tazón de plata de su morral, y lo sostuvo para recoger las gotas que caían con lentitud. Tardaba mucho en llenarse, y el rey tenía tanta sed que apenas podía esperar. En cuanto el tazón se llenó, se lo llevó a los labios y se dispuso a beber.
De pronto oyó un silbido en el aire, y le arrebataron el tazón de las manos. El agua se derramó en el suelo. El rey alzó la vista para ver quien había hecho esto. Era su halcón. El halcón voló de aquí para allá varias veces, y al fin se posó en las rocas, a orillas del manantial. El rey recogió el tazón, y de nuevo se dispuso a llenarlo. Esta vez no esperó tanto tiempo. Cuando el tazón estuvo medio lleno, se lo acercó a la boca. Pero apenas lo intentó, el halcón se echó a volar y se lo arrebató de las manos. El rey empezó a enfurecerse . Lo intentó de nuevo, y por tercera vez el halcón le impidió beber.
El rey montó en cólera. “¿Cómo te atreves a actuar así? ¡Si te tuviera en mis manos te retorcería el cuello!”. Llenó el tazón de nuevo. Pero antes de tratar de beber, desenvainó la espada: “Amigo halcón, esta es la última vez”. No acababa de pronunciar estas palabras cuando el halcón bajó y le arrebató el tazón de la mano. Pero el rey lo estaba esperando. Con una rápida estocada abatió al ave. El pobre halcón cayó sangrando a los pies de su amo. “¡Ahora tienes lo que mereces!”, dijo Genghis Khan.
Pero cuando buscó su tazón, descubrió que había caído entre dos piedras, y que no podía recobrarlo. “De un modo u otro, beberé agua de esa fuente”, se dijo. Decidió trepar la empinada cuesta que conducía al lugar de donde goteaba el agua. Era un ascenso agotador, y cuanto más subía, más sed tenía. Al fin llegó al lugar. Allí había, en efecto un charco de agua ¿pero qué había en el charco? Una enorme serpiente muerta, de la especie más venenosa. El rey se detuvo. Olvidó la sed. Pensó sólo en el pobre pájaro muerto. “¡El halcón me salvó la vida! ¿Y cómo le pagué? ¡Era mi mejor amigo y lo he matado!”. Bajó la cuesta. Tomó suavemente al pájaro y lo puso en su morral. Luego montó a caballo y regresó deprisa, diciéndose: “Hoy he aprendido una lección, y es que nunca se debe actuar impulsado por la furia”.
Navidad
El tapiz
El nuevo sacerdote, recién asignado a su primer ministerio pastoral para reabrir una iglesia en los suburbios de Brooklyn, New York, llegó a comienzo de octubre entusiasmado con sus primeras oportunidades. Cuando vio la iglesia se encontró conque estaba en pésimas condiciones y requería de mucho trabajo de reparación. Se fijó la meta de tener todo listo a tiempo para oficiar su primera Misa en la Nochebuena.
Trabajó arduamente, reparando los bancos, empañetando las paredes, pintando, etc., y para el 18 de diciembre ya habían casi concluido con los trabajos, adelantándose a su propia meta. Pero el 19 de diciembre cayó una terrible tormenta que azotó la zona durante dos días completos. El día 21 el sacerdote fue a ver la iglesia. Su corazón dio un vuelco cuando vio que el agua se había filtrado a través del techo, causando una gotera enorme en la pared frontal, exactamente detrás del altar, dejando una mancha y un destrozo como a la altura de la cabeza. El sacerdote limpió el suelo, y no sabiendo que más hacer, salió para su casa.
En el camino vio que una tienda local estaba llevando a cabo una venta de liquidación de cosas antiguas, y decidió entrar. Uno de los artículos era un hermoso tapiz hecho a mano, color hueso, con un trabajo exquisito de aplicaciones, bellos colores y una cruz bordada en el centro. Era justamente el tamaño adecuado para cubrir el hueco en la pared frontal. Lo compró y volvió a la iglesia. Ya para ese entonces había comenzado a nevar.
Una mujer mayor iba corriendo desde la dirección opuesta tratando de alcanzar el autobús, pero finalmente lo perdió. El sacerdote la invito a esperar en la iglesia, donde había calefacción, pues el siguiente autobús tardaría 45 minutos en llegar. La señora se sentó en el banco sin prestar atención al sacerdote, mientras este buscaba una escalera, ganchos, etc., para colocar el tapiz como tapiz en la pared. El sacerdote estaba muy satisfecho de lo bien que quedaba, y de cómo cubría toda la superficie estropeada.
Entonces vio que la mujer venía hacia él, desde el pasillo del centro. Su cara estaba blanca como una hoja de papel: "Padre, ¿dónde consiguió usted ese tapiz?". El sacerdote le explicó. La mujer le pidió que le permitiera ver la esquina inferior derecha para ver si las iniciales EBG aparecían bordadas allí. Sí, estaban. Eran las iniciales de aquella mujer, y ella había hecho ese tapiz 35 años atrás en Austria. La mujer apenas podía creerlo cuando el sacerdote le contó cómo acababa obtener el tapiz.
La mujer le explicó que antes de la guerra ella y su esposo tenían una posición económica holgada en Austria. Cuando los nazis llegaron, la forzaron a irse. Su esposo debía seguirla la semana siguiente. Ella fue capturada, enviada a prisión y nunca volvió a ver a su esposo ni su casa. El sacerdote ofreció regalarle el tapiz, pero ella lo rechazó diciéndole que era lo menos que podía hacer. Se sentía muy agradecida pues vivía al otro lado de Staten Island y solamente estaba en Brooklyn por el día para un trabajo de limpieza de casa. El sacerdote le pidió sus señas, con idea de hacerle llegar el tapiz unos días después.
En la Misa de la Nochebuena la iglesia estaba casi llena. La música y el espíritu que reinaban eran increíbles. Al final, el sacerdote despidió a todos en la puerta y muchos expresaron que volverían. Un hombre mayor, que el pastor reconoció del vecindario, seguía sentado en uno de los bancos mirando hacia el frente, y el sacerdote se preguntaba por qué no se iba. El hombre le preguntó dónde había obtenido ese tapiz que estaba en la pared del frente, porque era idéntico al que su esposa había hecho años atrás en Austria antes de la guerra, y no entendía cómo podía haber dos tapices tan idénticos. Le relató cómo llegaron los nazis y cómo el forzó a su esposa a irse, para la seguridad de ella, y cómo él no pudo seguirla, pues fue arrestado y enviado a prisión. Nunca volvió a ver a su esposa ni su hogar en todos aquellos 35 años.
El sacerdote le preguntó si le permitiría llevarlo con él a dar una vuelta. Se dirigieron en el carro hacia Staten Island, hacia la casa de aquella mujer que estuvo tres días atrás en la iglesia. Subieron los tres pisos de escalera que conducían al apartamento de la mujer, llamaron a la puerta y presenció el más hermoso encuentro de Navidad que pudo haber imaginado.
Formación
El violinista
Ocurrió en París, en una calle céntrica aunque secundaria. Un hombre, sucio y maloliente tocaba un viejo violín. Frente a él y sobre el suelo estaba su boina, con la esperanza de que los transeúntes se apiadaran de su condición y le arrojaran algunas monedas para llevar a casa. El pobre hombre trataba de sacar una melodía, pero era imposible identificarla debido a lo desafinado del instrumento y a la forma displicente y aburrida con que tocaba.
Un famoso concertista, que junto con su esposa y unos amigos salía de un teatro cercano, pasó frente al mendigo. Todos arrugaron la cara al oír aquellos sonidos tan discordantes. Y no pudieron menos que reír de buena gana. La esposa le pidió, al concertista, que tocara algo. El hombre echó una mirada a las pocas monedas en el interior de la boina del mendigo, y decidió hacer algo. Le pidió el violín; el mendigo músico se lo prestó con cierto resquemor. Lo primero que hizo el concertista fue afinar sus cuerdas. Y después, vigorosamente y con gran maestría arrancó una melodía fascinante del viejo instrumento. Los amigos comenzaron a aplaudir y los transeúntes comenzaron a arremolinarse para ver el improvisado espectáculo.
Al escuchar la música, la gente de la cercana calle principal acudió también y pronto había una pequeña multitud escuchando arrobada el extraño concierto. La boina se llenó no solamente de monedas, sino de muchos billetes de todas las denominaciones. Mientras el maestro sacaba una melodía tras otra, con tanta alegría. El mendigo estaba aún más feliz de ver lo que ocurría y no cesaba de dar saltos de contento y repetir orgulloso a todos: " ¡¡Ese es mi violín!! ¡¡Ese es mi violín!!". Lo cual, por supuesto, era rigurosamente cierto.
La vida nos da a todos un violín, que son nuestros conocimientos, habilidades y aptitudes. Y tenemos libertad para tocar ese violín como nos plazca. Algunos, por pereza, ni siquiera afinan ese violín. No perciben que hay que prepararse, aprender, desarrollar habilidades y mejorar constantemente nuestras aptitudes si hemos de dar un buen concierto. Pretenden una boina llena de dinero, y lo que entregan es una discordante melodía que no gusta a nadie.
Formación. Ideales altos
Empuja la vaquita
Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias. Llegando al lugar constató la pobreza del sitio, los habitantes: una pareja y tres hijos, la casa de madera, vestidos con ropas sucias y rasgadas, sin calzado. Entonces se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: "En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?". El señor calmadamente respondió: "Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo y así es como vamos sobreviviendo”.
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, luego se despidió y se fue. Siguieron su camino, y un rato después se volvió hacia su fiel discípulo y le ordenó: "Busque la vaquita, llévela al precipicio de allí enfrente y empújela al barranco." El joven, espantado, cuestionó al maestro aquella orden, pues la vaquita era el medio de subsistencia de aquella familia. Mas como percibió el silencio absoluto del maestro, fue a cumplir la orden. Así que empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir.
Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante años. Un buen día el joven agobiado por la culpa resolvió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar y contarle todo a la familia, pedir perdón y ayudarlos. Así lo hizo, y a medida que se aproximaba al lugar veía todo muy bonito, con árboles floridos, todo habitado, con carro en el garaje de tremenda casa y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia tuviese que vender el terreno para sobrevivir, aceleró el paso y llegando allá, fue recibido por un señor muy simpático. El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años, el señor respondió que seguían viviendo allí.
Espantado el joven entró corriendo a la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacía algunos años con el maestro. Elogió el lugar y preguntó al señor (el dueño de la vaquita): "¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?". El señor entusiasmado le respondió: "Nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió, de ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así alcanzamos el éxito que sus ojos vislumbran ahora."
La moraleja samurai nos dice: "Todos nosotros tenemos una vaquita que nos proporciona alguna cosa básica para nuestra supervivencia, pero que nos lleva a la rutina y nos hace dependientes de ella, y nuestro mundo se reduce a lo que la vaquita nos brinda. Tu sabes cual es tu vaquita. No dudes un segundo en empujarla por el precipicio.
Surco 116: Mientras hablábamos, afirmaba que prefería no salir nunca del chamizo donde vivía, porque le gustaba más contar las vigas de "su" cuadra que las estrellas del cielo.
Así son muchos, incapaces de prescindir de sus pequeñas cosas, para levantar los ojos al cielo: ¡ya es hora de que adquieran una visión de más altura!
Paciencia. Caridad.
Enfadarse
Érase una vez un joven con un carácter bastante violento. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que clavara un clavo en la cerca del jardín cada vez que perdiera la paciencia y se peleara con alguien. El primer día, llegó a clavar 37 clavos en la cerca. Durante las semanas siguientes aprendió a controlarse, y el número de clavos colocados en la cerca disminuyo día tras día: había descubierto que era más fácil controlarse que clavar clavos.
Finalmente, llego un día en el cual el joven no clavó ningún clavo en la cerca. Entonces fue a ver a su padre y le dijo que había conseguido no clavar ningún clavo durante todo el día. Su padre le dijo entonces que quitara un clavo de la cerca del jardín por cada día durante el cual no hubiera perdido la paciencia. Los días pasaron y finalmente el joven pudo decirle a su padre que había quitado todos los clavos de la cerca.
El padre condujo entonces a su hijo delante de la cerca del jardín y le dijo: "Hijo mío, te has portado bien, pero mira cuantos agujeros hay en la cerca del jardín. Esta cerca ya no será como antes. Cuando te peleas con alguien y le dices algo desagradable, le dejas una herida como esta. Puedes acuchillar a un hombre y después sacarle el cuchillo, pero siempre le quedará una herida. Poco importa cuantas veces te excuses, la herida verbal hace tanto daño como una herida física. Los amigos son como joyas muy valiosas. No los maltrates. Siempre están dispuestos a escuchar cuando lo necesitas, te sostienen y te abren su casa."
Caridad. Olvido de sí
Eres importante para mí
Una profesora universitaria inició un experimento entre sus alumnos. A cada uno les dio cuatro tarjetas de color azul, todos con la leyenda "Eres importante para mi" y les pidió que se pusieran una. Cuando todos lo hicieron, les dijo que eso era lo que ella pensaba de ellos. Luego les explicó de qué se trataba el experimento: tenían que darle una de esas tarjetas a alguna persona que fuera importante para ellos, explicándoles el motivo, y dándole el resto para que esa persona hiciera lo mismo.
El experimento era ver cuánto podía influir en las personas ese pequeño detalle. Todos salieron de clase pensando y comentando a quién darían esas tarjetas. Algunos mencionaban a sus padres, a sus hermanos o a sus novios. Pero entre aquellos estudiantes había uno que vivía lejos de sus padres. Había conseguido una beca para esa universidad y al estar lejos de su hogar, no podía darle esa tarjeta a sus padres o hermanos. Pasó toda la noche pensando a quién se la daría. Al día siguiente, muy temprano, pensó en un amigo suyo, joven profesional que le había orientado para elegir carrera y que muchas veces le aconsejaba cuando las cosas no iban tan bien como él esperaba.
A la salida de clase se dirigió al edificio donde su amigo trabajaba. En la recepción pidió verlo. A su amigo le extrañó, ya que el muchacho no solía ir a esas horas, por lo que pensó que algo malo pasaba. El estudiante le explicó el propósito de su visita, le entregó tres tarjetas y le dijo que al estar lejos de casa, él era el mas indicado. El joven ejecutivo se sintió halagado, pues no recibía ese tipo de reconocimientos muy a menudo y prometió a su amigo que seguiría con el experimento y le informaría de los resultados.
El joven ejecutivo regresó a su trabajo y ya casi a la hora de la salida se le ocurrió una arriesgada idea: entregaría los dos tarjetas restantes a su jefe. Su jefe era una persona huraña y siempre muy atareada, por lo que tuvo que esperar que estuviera "desocupado". Cuando consiguió verlo, estaba inmerso en la lectura de los nuevos proyectos de su departamento, con la oficina estaba repleta de papeles. El jefe sólo gruñó: "¿Qué desea usted?". El joven ejecutivo le explicó tímidamente el propósito de su visita y le mostró los dos tarjetas. El jefe, asombrado, le preguntó: "¿Por qué cree usted que soy el mas indicado para tener ese tarjeta?". El joven le respondió que él lo admiraba por su capacidad y entusiasmo en los negocios, y porque de él había aprendido bastante y estaba orgulloso de estar bajo su mando.
El jefe titubeó, pero recibió con agrado los dos tarjetas. No muy a menudo se escuchan esas palabras con sinceridad estando en el puesto en el que él se encontraba. El joven ejecutivo se despidió cortésmente del jefe y, como ya era la hora de salida, se fue a su casa. El jefe, acostumbrado a estar en la oficina hasta altas horas, esta vez se fue temprano a su casa. Se fue reflexionando mientras conducía rumbo a su casa. Su esposa se extrañó de verlo tan temprano y pensó que algo le había pasado. Cuando le preguntó si pasaba algo, el respondió que no pasaba nada, que ese día quería estar con su familia. La esposa se extrañó, ya que su esposo acostumbraba a llegar de mal humor. El jefe preguntó "¿Dónde esta nuestro hijo?". La esposa sólo lo llamó, y el chico vino, y su padre sólo le dijo: "Acompáñame, por favor".
Ante la mirada extrañada de la esposa y del hijo, ambos salieron de la casa. El jefe era un hombre que no acostumbraba gastar su "valioso tiempo" en su familia muy a menudo. Tanto el padre como el hijo se sentaron en el porche de la casa. El padre miró a su hijo, quien a su vez lo miraba extrañado. Le empezó a decir que sabía que no era un buen padre, que muchas veces se ausentó en aquellos momentos que sabía que eran importantes. Le mencionó que había decidido cambiar, que quería pasar más tiempo con ellos, ya que su madre y él eran lo más importante que tenía. Le mencionó lo de los tarjetas y cómo uno de sus jóvenes ejecutivos se la había dado. Le dijo que lo había pensado mucho, pero quería darle la última tarjeta a él, ya que era lo más importante, lo más sagrado para él, que el día que nació fue el más feliz de su vida y que estaba orgulloso de él: eres importante para mi.
El chico, con lágrimas en los ojos, le dijo: "Papá, no sé qué decir, mañana pensaba suicidarme porque pensé que yo no te importaba. Te quiero, papá, perdóname." Ambos lloraron y se abrazaron. El experimento de la profesora dio resultado, había logrado cambiar no una, sino varias vidas, con sólo expresar lo que sentía.
Familia. Trabajo. Caridad
Es como yo
Mi hijo hace poco llegó a este mundo, de manera normal... pero yo tenía que trabajar, tenía tantos compromisos... Mi hijo aprendió a comer cuando menos lo esperaba. Comenzó a hablar cuando yo no estaba. A medida que crecía, me decía: "Papá, algún día seré como tú ¿Cuándo regresas a casa, papá?". "No lo sé, hijo mío, pero cuando regrese jugaremos juntos..., ya lo verás". Mi hijo cumplió diez años y me decía: "Gracias por la pelota, papá. ¿Quieres jugar conmigo?". "Hoy no, hijo mío, que tengo mucho que hacer." "Está bien papá, otro día será", y se fue sonriendo, y siempre en sus labios las palabras: "Yo quiero ser como tú. ¿Cuándo regresas a casa, papá?". "No lo sé, hijo, pero cuando regrese jugaremos juntos..., ya lo verás."
Mi hijo regresó de la universidad, hecho todo un hombre. "Hijo, estoy muy orgulloso de ti. Siéntate y hablemos un poco." "Hoy no, papá, tengo compromisos...; por favor, préstame el coche para ir a visitar a unos amigos." Ahora me he jubilado y mi hijo vive en un barrio cercano. Hoy le he llamado: "Hola, hijo mío, quiero verte." "Me encantaría, papá, pero es que no tengo tiempo...; tú sabes, el trabajo, los niños...; pero gracias por llamar, fue estupendo hablar contigo."
Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo había cumplido su deseo, era exactamente como yo.
Apostolado. Dificultades
Firmes en medio de la persecución religiosa
Cuando el Papa estuvo en La Habana, el cardenal le comentó que, a la vista de las dificultades del momento, había decidido moderar su actividad y no hacer apenas proselitismo, para no tener más conflictos aún con el gobierno.
El Papa le miró con afecto en silencio. Tenía tras de sí la experiencia de tantos años bajo la persecución comunista en Polonia. Sabía que este tipo de soluciones acomodaticias, incluso si eran de buena fe, terminaban aguando el cristianismo y haciendo perder el vigor de la fe. Transcurrieron unos segundos, y después el Papa pronunció con firmeza con unas palabras de la “Gaudium et Spes”: “La Iglesia no puede nunca dejar de ser misionera”.
Optimismo. Caridad.
Historia de dos ciudades
Un viajero se aproximaba a una gran ciudad y preguntó a una mujer que se encontraba a un lado del camino: "¿Cómo es la gente de esta ciudad?". "¿Cómo era la gente del lugar de donde vienes?", le inquirió ella a su vez. "Terrible, mezquina, no se puede confiar en ella... detestable en todo los sentidos", respondió el viajero. "¡Ah! -exclamó la mujer-, encontrarás lo mismo en la ciudad a donde te diriges".
Apenas había partido el primer viajero cuando otro se detuvo y también preguntó acerca de la gente que habitaba en la ciudad cercana. De nuevo la mujer le preguntó al viajero por la gente de la ciudad de donde provenía. "Era gente maravillosa; honesta, trabajadora y extremadamente generosa. Lamento haber tenído que partir.", declaró el segundo viajero. La sabia mujer le respondió: "Lo mismo hallarás en la ciudad adonde te diriges".
En ocasiones no vemos las cosas como son, las vemos como somos. No vemos con los ojos, sino a través de ellos: cada cual lleva en su corazón el medio ambiente donde vive. Aquel que no encontró nada nuevo en los lugares donde estuvo, no podrá encontrar otra cosa aquí. Aquel que encontró amigos allá, podrá encontrar también amigos aquí, porque la actitud mental es lo único en tu vida sobre lo cual puedes mantener control absoluto. Si tienes una actitud positiva hallarás la verdadera riqueza de la vida.

Familia. Caridad
La caja dorada
A menudo aprendemos mucho de nuestros hijos. Hace algún tiempo, un amigo mío regañó a su hija de tres años por gastar un rollo de papel de envolver dorado. No andaba muy bien de dinero y se enfureció cuando la niña trató de decorar una caja para ponerla bajo el árbol de Navidad. A pesar de ello, la pequeña llevó el regalo a su padre a la mañana siguiente, y dijo: "Esto es para ti, papá".
Él estaba turbado por su excesiva reacción anterior, pero se molestó de nuevo cuando vio que la caja estaba vacía. "¿No sabes que cuando le das a alguien un regalo se supone que debe haber algo dentro?", le dijo.
La pequeña lo miró con lágrimas en los ojos y dijo: "Oh, papá. No está vacía. He echado besos en la caja. Todos para ti, papá".
El padre estaba hecho polvo. Rodeó con sus brazos a su pequeña y le pidió que le perdonara. Mi amigo me dijo que conservó esa caja dorada junto a su cama durante años. Siempre que estaba descorazonado, sacaba un beso imaginario y recordaba el amor de la niña que los había puesto allí.
Realmente, a todos nosotros, como padres, se nos ha dado una caja dorada llena de amor incondicional y besos de nuestros hijos. No hay posesión más preciosa que nadie pueda tener
Caridad Murmuración
La calumnia
Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que este había alcanzado. Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo: "Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?", a lo que el hombre respondió: "Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde vayas".
El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo: "Ya he terminado", a lo que el sabio contestó: "Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas". El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna. Al volver, el hombre sabio le dijo: "Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste".
Obras son amores...
La canasta vacía
Así como una imagen vale más que mil palabras, una historia adecuada ilustra más que cien libros. La esposa del Faraón de Egipto había perdido muchos hijos en su vientre. Este parto, seguramente, era su última oportunidad para darle un heredero al Faraón. Rodeada de médicos y sirvientas el dolor de su vientre fue en aumento hasta que explotó en un grito de dolor liberador y, simultáneamente a su muerte dio un parto de cinco hijos, cuatro de ellos varones y una niña.
El Faraón crió con amor y dedicación a sus hijos, dándoles la educación de futuros gobernantes a los varones y de princesa a la hija. Pasados los años y crecidos sus hijos, el Faraón se enfrentó al dilema de escoger a su sucesor. Dado que todos habían nacido en el mismo parto, no había un primogénito a quién el derecho le correspondiese naturalmente. Consultó con el Consejo de Ancianos: "Qué debo hacer? ¿Cómo elegir a mi sucesor? Quizás deba dividir el Imperio en cuatro reinos para ser justo con todos ellos." Los sabios respondieron: "No, majestad, dividir el Imperio implica debilitarlo y ello acarreará su destrucción. Además, usted tuvo cinco hijos y sería injusto con su hija. Lo mejor es hacer un concurso entre ellos y el que traiga el proyecto que más beneficie a Egipto, ese sea el escogido".
Satisfecho con la sabiduría del consejo recibido, el Faraón citó a sus hijos -incluida la hija- y les dijo: "Tienen seis meses para plantear el Proyecto más beneficioso para Egipto, quién así lo haga será elegido mi sucesor." Seis meses después los cinco hijos se congregaron en el Salón del Faraón portando los varones gran cantidad de maquetas y planos, y la hija una canasta vacía. El Faraón escuchó por turno los proyectos. Cada cual superaba al anterior: un sistema de caminos para el Reino, un sistema de canales de riego, un sistema de silos para las cosechas, un sistema de puertos para el comercio... Era difícil pensar en uno que superase en beneficios al otro. La discusión para analizar el valor de cada uno, sin duda sería ardua, problemática y difícil.
Sin embargo, al llegar el turno a la hija ésta mostró su canasta vacía y dijo: "Padre, yo traigo una canasta vacía que hoy vale tanto como las maquetas que has visto. Nadie puede decir qué obra es la mejor hasta no verla hecha y, para ese entonces el contenido de mi canasta podría superar en valor a cualquiera de ellos." Todos quedaron sorprendidos por el enunciado, pero el Faraón y el Consejo de Sabios estuvieron de acuerdo en que discutir el valor de los proyectos no tenía más sentido que discutir el valor del contenido de una canasta vacía.
Entonces la solución fue obvia: los recursos del reino se emplearían para el desarrollo de los proyectos durante dos años y, al cabo de ese tiempo se analizaría el beneficio real de cada obra para el Reino. Pasaron los dos años de febril actividad y llegó el momento de presentarse al Salón del Trono. Cada uno de los hijos venía orgulloso con gran cantidad de documentos y asesores para demostrar que su obra había sido la más beneficiosa al Reino. Y la hija llegó con su canasta vacía. A su turno, cada hijo expuso el valor de las obras hechas: cómo ahora el sistema de riego había aumentado las cosechas, cómo el sistema de caminos permitía que esas cosechas llegasen hasta el último rincón del Reino, cómo el sistema de silos permitía almacenarlas de modo limpio y seguro, cómo los nuevos puertos eran fuente de comercio y prosperidad.
Al llegar el turno de la hija, esta señaló su canasta y dijo: "Padre, tal como lo anuncié, el tiempo me permitiría dar valor al contenido de esta canasta. Ahora lo veis: gracias a mi canasta vacía el Reino tiene canales, caminos, silos y puertos. Sin ella sólo hubiésemos tenido proyectos y una larga discusión para ver cuál era el mejor sin que nunca ocurriese nada." Los cuatro hermanos se dieron la vuelta, sorprendidos y azorados, y tras un momento de vacilación se arrodillaron frente a su hermana. Y así Egipto tuvo su primera Emperatriz. (Adaptación libre y resumida del cuento "La Canasta Vacía", de Ana María Aguado, Buenos Aires, 1998).
Humildad. Olvido de sí
La carreta vacía
Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: Estoy escuchando el ruido de una carreta. Eso es -dijo mi padre-. Es una carreta vacía. Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre respondió: Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.
Me convertí en adulto, y ahora, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace". La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas. Nadie está mas vacío que aquel que está lleno de sí mismo.
Perseverancia. Dificultades
La oruga y la mariposa
Una pequeña oruga caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes. "¿Hacia donde te diriges?" - le preguntó -. Sin dejar de caminar, la oruga contestó: "Tuve un sueño anoche: soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo". Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba: "¡Debes estar loca!, ¿cómo podrás llegar hasta aquel lugar?, ¿tú?, ¿una simple oruga? .... una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable...". Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó, su diminuto cuerpo no dejó de moverse.
De pronto se oyó la voz de un escarabajo preguntando hacia dónde se dirigía con tanto empeño. La oruga contó una vez más su sueño y el escarabajo no pudo soportar la risa, soltó la carcajada y dijo: "Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar algo tan ambicioso", y se quedó en el suelo tumbado de la risa mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros. Del mismo modo la araña, el topo y la rana le aconsejaron a nuestro amigo desistir: "¡No lo lograrás jamás!" le dijeron, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir. Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar. "Estaré mejor", fue lo último que dijo y murió.
Todos los animales del valle fueron a mirar sus restos, ahí estaba el animal más loco del campo, había construido como su tumba un monumento a la insensatez, ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable. Esa mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto quedaron atónitos, aquella costra dura comenzó a romperse y con asombro vieron unos ojos y unas antenas que no podían ser las de la oruga que creían muerta, poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas de mariposa de aquel impresionante ser que tenían en frente, el que realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir.
Todos se habían equivocado. El éxito en la vida no se mide por lo que has logrado, sino por los obstáculos que has tenido que enfrentar en el camino. Aunque el camino sea largo y difícil, no te dejes vencer... si eres constante, tus sueños pueden convertirse en realidad.
Caridad. Olvido de sí
La valentía premiada
Estaba caminando en una calle poco iluminada una noche ya tarde, cuando escuché unos gritos que trataban de ser silenciados y que venían de atrás de un grupo de arbustos. Alarmado, aflojé el paso para escuchar y me aterroricé cuando me dí cuenta de que lo que se escuchaba eran los inconfundibles signos de una lucha desesperada en la que a unos pocos metros de mí una mujer estaba siendo atacada. ¿Me debería involucrar? Yo estaba asustado pensando en mi propia seguridad y me maldije a mí mismo por el dilema ante el que estaba: ¿No debería tan solo correr al teléfono más cercano y llamar a la policía? Los gritos aumentaban. Tenía que actuar con rapidez. Finalmente me decidí. No podía darle la espalda a esa pobre mujer, aunque eso significara arriesgar mi propia vida. No soy un hombre valiente, ni soy un hombre fuerte ni atlético. No sé dónde encontré el coraje moral y la fuerza física, pero una vez que había decidido finalmente ayudar a la chica, me volví extrañamente transformado.
Corrí detrás de los arbustos y salté sobre el asaltante. Forcejeando, caímos al suelo y luchamos durante unos minutos, hasta que el atacante se puso en pie de un salto y escapó. Jadeando fuertemente, me levanté con dificultad, y me acerqué a la chica, que estaba en cuclillas detrás de un árbol, llorando. En la oscuridad, apenas podía ver su silueta, temblando y en pleno shock nervioso. No quería asustarla de nuevo, así que le hablé a cierta distancia. "No te preocupes, ya se ha ido, estás a salvo", dije en tono tranquilizador. Hubo una prolongada pausa, y entonces oí: "¿Papá, eres tú?". Y entonces desde detrás del árbol salió caminando mi hija Katherine.
Optimismo
La vasija
Un cargador de agua tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón. Cuando llegaba, la vasija rota sólo contenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto fue así diariamente. La vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para el fin para el que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección, y se sentía miserable, porque sólo podía hacer la mitad de lo que se suponía que era su obligación.
Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole: "Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo. Porque debido a mis grietas, sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir". El aguador le contestó: "Cuando regresemos a casa quiero que te fijes en las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino". Así lo hizo la tinaja. Y en efecto, vio muchísimas flores hermosas a todo lo largo del camino. Pero de todos modos se sintió apenada porque, al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar. El aguador le dijo entonces: "¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quiero que veas el lado positivo que eso tiene. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas, y todos los días las has regado. Por dos años yo he podido recoger estas flores. Si no fueras como eres, no hubiera sido posible crear esa belleza".


Familia. Caridad
La voluntad de un hombre
Guillaumet era piloto de una línea aérea en los tiempos gloriosos del comienzo de la aviación comercial. Cuenta cómo salió adelante, perdido a seis mil metros de altura en los Andes a consecuencia de un fallo en su avión, del que salió ileso milagrosamente. Caminó y caminó durante muchos días, extenuado y sin alimentos ni ropa de abrigo, subiendo y bajando por aquellos montes de hielo, hasta que -casi más muerto que vivo- lo encontró un pastor, que lo puso a salvo. Al recordar más adelante esa experiencia, reconoce: "Entre la nieve se pierde todo instinto de conservación. Después de dos, de tres días de marcha, lo único que se desea es dormir. También yo lo deseaba. Pero me decía: mi mujer cree que estoy vivo, que camino. Mis amigos piensan igualmente que sigo andando. Todos ellos confían en mí. Seré un canalla si no lo hago...". Y añade: "lo que yo hice, estoy seguro, ningún animal sería capaz de hacerlo". (Saint-Exupéry, Terre des hommes)
Optimismo Caridad
Las ranas
Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo. Cuando vieron cuan hondo este era, le dijeron a las dos ranas en el fondo que para efectos prácticos, se debían dar por muertas. Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras seguían insistiendo que sus esfuerzos serian inútiles. Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió, se desplomó y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible. Una vez más, la multitud de ranas le gritaba y le hacían señas para que dejara de sufrir y que simplemente se dispusiera a morir, ya que no tenía sentido seguir luchando. Pero la rana saltó cada vez con más fuerzas hasta que finalmente logró salir del hoyo. Cuando salió, las otras ranas le dijeron: "Nos alegra que hayas logrado salir, a pesar de lo que te gritábamos". La rana les explicó que era sorda, y que pensó que las demás gesticulaban tanto porque le estaban animando a esforzarse más y salir del hoyo.
Moraleja 1) La palabra tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento compartida con alguien que se siente desanimado puede ayudar a levantarle al finalizar el día. 2) Una palabra destructiva dicha a alguien que se encuentre desanimado puede ser le que acabe por destruir. Tengamos cuidado con lo que decimos. 3) Una persona especial es la que se da tiempo para animar a otros. En la NASA, hay un póster muy simpático de una abeja, que dice así: "Aerodinámicamente el cuerpo de una abeja no está hecho para volar, lo bueno es que la abeja no lo sabe".
Caridad Murmuración
Las tres rejas
El joven discípulo de un sabio filósofo llega a casa de éste y le dice: -Oye, maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia... -¡Espera! -le interrumpe el filósofo-. ¿Ya has hecho pasar por las tres rejas lo que vas a contarme? -¿Las tres rejas? -Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto? -No. Lo oí comentar a unos vecinos. -Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme, ¿es bueno para alguien? -No, en realidad no. Al contrario... -¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta? -A decir verdad, no. -Entonces -dijo el sabio sonriendo-, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, enterrémoslo en el olvido.
Pasiones. Ideales altos
Los dos halcones
Un rey recibió como obsequio dos pichones de halcón y los entregó al maestro de cetrería para que los entrenara. Pasando unos meses, el instructor comunicó al rey que uno de los halcones estaba perfectamente educado, pero que al otro no sabía que le sucedía, no se había movido de la rama desde el día de su llegada al palacio, a tal punto que había que llevarle el alimento hasta allí. El rey mandó llamar a curanderos y sanadores de todo tipo, pero nadie pudo hacer volar el ave. Encargó entonces la misión a miembros de la corte, pero nada sucedió. Por la ventana de sus habitaciones, el monarca podía ver que el pájaro continuaba inmóvil. Publicó por fin un bando entre sus súbditos y, a la mañana siguiente, vio al halcón volando ágilmente en los jardines. "Traedme al autor de ese milagro", dijo. Enseguida le presentaron a un campesino. "¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo lograste? ¿Eres mago, acaso?" Aquel hombre contestó: "Alteza, lo único que tuve que hacer es cortar la rama. El pájaro se dio cuenta que tenía alas y tuvo que empezar a volar."
Entrega Desprendimiento
Los siete magníficos
En la película "Los siete magníficos" (Director: John Sturges, 1960), Ixcatlan, pueblecito mejinano dominado por la banda de Calvera, decide buscar protección reclutando pistoleros para que los defienda. El primero que reclutan es Chris Adams, quien accede a ayudarles si se le encomienda la selección y el mando de los otros hombres. Ya había participado en muchos trabajos, y cobraba unos honorarios muy elevados. Cuando le proponen proteger a Ixcatlan, se sorprende al ver que lo que le van a pagar no es mucho, pero es todo lo que aquellos hombres tenían: "Muchas personas me han dado grandes sumas, pero hasta ahora nunca nadie me había dado todo".
Trabajo Caridad
Nadie triunfa solo: Manos de Albert Durero
Durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una familia con 18 niños. Para poder poner pan en la mesa para tal prole, el padre, y jefe de la familia, trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara. A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los hijos de Albrecht Durer tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamas podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario. Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia. Albretch Durer gano y se fue a estudiar a Nuremberg. Albert comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años, para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia. Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte. Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad. Sus palabras finales fueron: "Y ahora, Albert, hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti." Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenia el rostro empapado en lagrimas, y movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez "no... no... no...". Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente, "No, hermano, no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Mira. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis... Mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano, para mí ya es tarde". Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Durer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo. Pero seguramente usted, como la mayoría de las personas, solo recuerde uno. Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albretch Durero dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamo a esta poderosa obra simplemente "manos", pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de "Manos que oran". La próxima vez que vea una copia de esa creación, mírela bien. Permita que le sirva de recordatorio, si es que lo necesita, de que nunca nadie triunfa solo.
Noticias alarmantes
No os asustéis
Queridos papá y mama: Desde que me fui al colegio he descuidado el escribiros y lamento mi desconsideración por no haberlo hecho antes. Ahora os pondré al corriente, pero antes sentaos. No leáis nada mas, a menos que estéis sentados. ¿De acuerdo? Bueno, pues me encuentro bien ahora. La fractura de cráneo y la conmoción que me produjo la caída al saltar desde la ventana de mi dormitorio, cuando se incendió, a poco de llegar aquí, se han curado perfectamente. Pasé solo quince días en el hospital y ahora veo casi con normalidad y solo me afecta el dolor de cabeza una vez al día. Por fortuna, el incendio en el dormitorio y mi salto por la ventana fueron presenciados por un empleado de la gasolinera cercana, que aviso a los bomberos y a la ambulancia. Después me vino a visitar al hospital y como yo no tenía sitio donde vivir, a causa del incendio, él fue tan amable que me invitó a compartir su vivienda. Realmente se trata de un sótano, pero es muy bonito. Él es un muchacho excelente y nos enamoramos como locos, por lo que pensamos casarnos. Aún no sabemos la fecha exacta, pero podrá ser antes de que se note mi embarazo. Sí, papás, estoy embarazada. Me consta lo mucho que os complacerá ser abuelos y estoy segura que recibiréis bien al bebé, dándole el mismo cariño, afecto y cuidados que tuvisteis conmigo cuando era pequeña. La causa del retraso en nuestra boda se debe a una ligera infección que padece mi novio y nos ha impedido pasar las pruebas hematológicas prematrimoniales, y que yo, descuidadamente, me he contagiado de él. Estoy segura de que lo recibiréis en nuestra familia con los brazos abiertos. Él es cariñoso, y aunque no muy educado, tiene ambición. Su raza y religión son distintas de la nuestra, pero sé que vuestra tolerancia, frecuentemente expresada, no os permitirá enfadaros por esto. Ahora que ya estáis al corriente de todo, quiero deciros que no se incendió mi dormitorio, no tuve fractura ni conmoción de cráneo, ni fui al hospital, no estoy embarazada, no tengo novio, no sufro ninguna infección y no hay ningún muchacho en mi vida. Sin embargo, he sacado un suspenso en Historia y un aprobado en Ciencias, y quiero que veáis estas notas en su perspectiva adecuada. Vuestra hija que os quiere... Sufricia.
Caridad Pensar bien del prójimo
No juzgues antes de tiempo
Un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera se acercó. "¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con cacahuetes?", preguntó el niño. "Cincuenta centavos", respondió la camarera. El niño sacó su mano del bolsillo y examinó unas monedas. "¿Y cuánto cuesta un helado solo?", volvió a preguntar el niño. Algunas personas estaban esperando por una mesa y la camarera ya estaba un poco impaciente. "Treinta y cinco centavos", dijo ella bruscamente. El niño volvió a contar la monedas. "Entonces quiero el helado solo", dijo el niño. La camarera trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se fue. El niño terminó el helado, pagó en la caja y se fue. Cuando la camarera volvió, empezó a limpiar la mesa y entonces le costó tragar saliva con lo que vio. Allí, puesto ordenadamente junto al plato vacío, habían veinticinco centavos... su propina. Moraleja: jamás juzgues a alguien antes de tiempo.
Aprovechamiento del tiempo Caridad Olvido de si
No olvides lo principal
Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en los brazos, pasando delante de una caverna escuchó una voz misteriosa que allá adentro le decía: "Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo principal. Y recuerda que después que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo principal."
La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a juntar, ansiosamente, todo lo que podía en su delantal. La voz misteriosa habló nuevamente. "Te quedan sólo ocho minutos." Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacía afuera de la caverna y la puerta se cerró. Recordó, entonces, que el niño había quedado dentro y la puerta estaba cerrada para siempre. La riqueza duró poco y la desesperación, siempre.
Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros mismos. Tenemos muchos años para vivir en este mundo, y una voz siempre nos advierte: "No te olvides de lo principal." Y lo principal son los valores espirituales, la familia, los amigos, la vida. Pero la ganancia, la riqueza, los placeres materiales, nos fascinan tanto que a veces lo principal se queda a un lado.
Amor de Dios Misericordia
Nosotras tampoco
Rita Hayworth visitó en una ocasión uno de los hogares para leprosos que la Madre Teresa de Calcuta había construido para atenderlos. Mientras paseaban por las distintas salas donde se encontraban aquellos pobres enfermos devorados por la lepra, la famosa actriz no pudo reprimir un gesto de horror hacia tanta miseria. Y dirigiéndose a la Madre Teresa, comentó: "Esta labor que hacen usted y las hermanas no tiene precio. Yo no lo haría ni por un millón de dólares". A lo que la Madre Teresa se limitó a responder: "Nosotras, tampoco".
Pobreza
Nuestra pobreza. La pobreza de los ricos
Una vez, un padre de una familia acaudalada llevo a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de que su hijo viera cuan pobres eran las gentes del campo. Estuvieron por espacio de un día y una noche completos en una granja de una familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo: "¿Qué te pareció el viaje?". "Muy bonito, papá". "¿Viste que pobre puede ser la gente? ¿Que aprendiste?".
"Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una alberca que llega de una barda a la mitad del jardín, ellos tienen un arroyo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. El patio llega hasta la barda de la casa, ellos tienen todo un horizonte de patio". Al terminar el relato, el padre se quedo callado... y su hijo añadió: "Gracias, papá, por enseñarme lo pobres que somos".
Caridad
Parte del regalo
Una niña en África le dio a su maestra un regalo de cumpleaños. Era un hermoso caracol. "¿Dónde lo encontraste?", preguntó la maestra. La niña le dijo que esos caracoles se hallan solamente en cierta playa lejana. La maestra se conmovió profundamente porque sabía que la niña había caminado muchos kilómetros para buscar el caracol. "No debiste haber ido tan lejos sólo para buscarme un regalo", comentó. La niña sonrió y contestó: "Maestra, la larga caminata es parte del regalo".
También es parte del regalo pensar en lo que puede hacer ilusión a la persona a la que obsequiamos. Hay poco empeño en regalar dinero para que se compre lo que quiera.
Envidia Maledicencia Difamación
Provocaciones
Cerca de Tokio vivía un gran samurai ya anciano, que se dedicaba a enseñar a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario. Cierta tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación. Esperaba a que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para reparar en los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante. El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha.
Con la reputación del samurai, se fue hasta allí para derrotarlo y aumentar su fama. Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo acepto el desafío. Juntos, todos se dirigieron a la plaza de la ciudad y el joven comenzaba a insultar al anciano maestro. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió en la cara, le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus antepasados. Durante horas hizo todo por provocarle, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.
Desilusionados por el hecho de que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron: "¿Cómo pudiste, maestro, soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usaste tu espada, aún sabiendo que podías perder la lucha, en vez de mostrarte cobarde delante de todos nosotros?". El maestro les preguntó: "Si alguien llega hasta ustedes con un regalo y ustedes no lo aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio?". "A quien intentó entregarlo", respondió uno de los alumnos. "Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos -dijo el maestro-. Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba consigo".
Agradecimiento
¿Quién pliega tu paracaídas?
Charles Plumb era piloto de un bombardero en la guerra de Vietnam. Después de muchas misiones de combate, su avión fue derribado por un misil. Plumb se lanzó en paracaídas, fue capturado y pasó seis años en una prisión vietnamita. A su regreso a los Estados Unidos, daba conferencias contado su odisea y lo que aprendió en su tiempo en prisión.
Un día estaba en un restaurante y un hombre lo saludó: "Hola..., ¿usted es Charles Plumb, era piloto en Vietnam y lo derribaron, verdad...? ¿Y usted, cómo sabe eso?, le preguntó Plumb. "Porque yo plegaba su paracaídas. ¿Parece que le funcionó bien, verdad?" . Plumb casi se ahogó de sorpresa y gratitud. "Claro que funcionó. Si no hubiera funcionado, hoy yo no estaría aquí." Plumb no pudo dormir esa noche, preguntándose: "Cuántas veces lo vi en el portaaviones, y no le dije ni los buenos días, porque yo era un arrogante piloto y él era un humilde marinero..." Pensó también en las horas que ese marinero pasaba en las bodegas del barco enrollando los hilos de seda de cada paracaídas, teniendo en sus manos la vida de alguien a quien no conocía.
Ahora, Plumb comienza sus conferencias preguntándole a su audiencia, "¿Quién plegó hoy tu paracaídas? Todos tenemos a alguien cuyo trabajo es importante para que nosotros podamos salir adelante. A veces perdemos de vista lo que es importante, y dejamos de saludar, de dar las gracias, de felicitar a alguien, de decir algo amable.
Ideales altos
Rana de pozo
En un pozo profundo vivía una colonia de ranas. Llevaban su vida, tenían sus costumbres, encontraban su alimento y croaban a gusto haciendo resonar las paredes del pozo en toda su profundidad. Protegidas por su mismo aislamiento, vivían en paz, y sólo tenían que guardarse del pozal que, de vez en cuando, alguien echaba desde arriba para sacar agua del pozo. Daban la alarma en cuanto oían el ruido de la polea, se sumergían bajo el agua o se apretaban contra la pared, y allí esperaban, conteniendo la respiración, hasta que el pozal lleno de agua era izado otra vez y pasaba el peligro.
Fue a una rana joven a quien se le ocurrió pensar que el pozal podía ser una oportunidad en vez de un peligro. Allá arriba se veía algo así como una claraboya abierta, que cambiaba de aspecto según fuera de día o de noche, y en la que aparecían sombras y luces y formas y colores que hacían presentir que allí había algo nuevo digno de conocerse. Y, sobre todo, estaba el rostro con trenzas de aquella figura bella y fugaz que aparecía por un momento sobre el brocal del pozo al arrojar el cubo y recobrarlo todos los días en su cita sagrada y temida. Había que conocer todo aquello.
La rana joven habló, y todas las demás se le echaron encima: «Eso nunca se ha hecho. Sería la destrucción de nuestra raza. El cielo nos castigará. Te perderás para siempre. Nosotras hemos sido hechas para estar aquí, y aquí es donde nos va bien y podemos ser felices. Fuera del pozo no hay más que destrucción absoluta. Que nadie se atreva a violar las sabias leyes de nuestros antepasados. ¿Es que una rana jovenzuela de hoy puede saber más que ellos?». La rana jovenzuela esperó pacientemente la próxima bajada del pozal. Se colocó estratégicamente, dio un salto en el momento en que el pozal comenzaba a ser izado y subió en él ante el asombro y el horror de la comunidad batracia. El consejo de ancianos excomulgó a la rana prófuga y prohibió que se hablara de ella. Había que salvaguardar la seguridad del pozo.
Pasaron los meses sin que nadie hablara de ella y nadie se olvidara de ella, cuando un buen día se oyó un croar familiar sobre el brocal del pozo, se agruparon abajo las curiosas y vieron recortada contra el cielo la silueta conocida de la rana aventurera. A su lado apareció la silueta de otra rana, y a su alrededor se agruparon siete pequeños renacuajos. Todas miraban sin atreverse a decir nada, cuando la rana habló: «Aquí arriba se está maravillosamente. Hay agua que se mueve, no como allá abajo, y unas fibras verdes y suaves que salen del suelo y entre las que da gusto moverse, y donde hay muchos bichos pequeños muy sabrosos y variados, y cada día se puede comer algo diferente. Y luego hay muchas ranas de muchos tipos distintos, y son muy buenas, y yo me he casado con ésta que está aquí a mi lado, y tenemos siete hijos y somos muy felices. Y aquí hay sitio para todas, porque esto es muy grande y nunca se acaba de ver lo que hay allá lejos.»
De abajo, las fuerzas del orden advirtieron a la rana que, si bajaba, sería ejecutada por alta traición; y ella dijo que no pensaba bajar, y que les deseaba a todas que lo pasaran bien, y se marchó con su compañera y los siete renacuajos. Abajo en el pozo hubo mucho revuelo, y hubo algunas ranas que quisieron comentar la propuesta, pero las autoridades las acallaron enseguida, y la vida volvió a la normalidad de siempre en el fondo del pozo. Al día siguiente, por la mañana, la niña de las trenzas rubias se quedó asombrada cuando, al sacar el cubo con agua del pozo, vio que estaba lleno de ranas.
En sánscrito hay una palabra compuesta para designar a una persona estrecha de miras que se conforma con oír lo que siempre ha oído y hacer lo que siempre ha hecho, lo que hace todo el mundo y lo que, según parece, han de hacer todos los que quieran seguir una vida tranquila y segura. La palabra es «rana-de-pozo», (kup-manduk), y ha pasado del sánscrito a las lenguas indias modernas, en las que se usa con el mismo sentido. A nadie le gusta que se la digan. Aun así, el mundo está lleno de pozos, y los pozos llenos de ranas. Y niñas con trenzas rubias siguen llevándose sustos de vez en cuando por la mañana.
Caridad Perdonar
Redimir a un hombre
En "Los miserables", esa gran novela de Víctor Hugo, Jean Valjean acaba de cumplir una condena injusta. Es acogido por el obispo de Digne. En pago de tanta hospitalidad, el hosco Valjean hurta a su anfitrión una cubertería de plata y se da a la fuga. La policía no tardará en prenderlo. Aherrojado y mohíno, Valjean tendrá que soportar un careo con el hombre cuya confianza ha defraudado. Entonces el obispo de Digne, en lugar de ratificar las sospechas de la policía, encubre el delito de Valjean, asegurando que la cubertería de plata es un regalo que él mismo hizo a su huésped; e incluso lo reprende por no haber querido llevarse también unos candelabros, que de inmediato introducirá en su faltriquera.
Quizá encubrir a un delincuente merezca la reprobación de la justicia; pero, al obrar ilícitamente, el obispo de Digne redime a un hombre. Enaltecido por ese gesto, Jean Valjean convertirá a partir de ese momento su vida en una incesante epopeya de abnegación. El obispo de Digne entendía que Dios anida en el rostro de sus criaturas más afligidas.
Obediencia inteligente
Reflexión y tradición
Cuenta una leyenda popular que supo haber una vez un cuartel militar junto a un pueblecillo cuyo nombre no recuerdo, y en medio del patio de ese cuartel había un banco de madera. Era un banco sencillo, humilde y blanco. Y junto a ese banco un soldado hacía guardia. Hacia guardia noche y día. Nadie sabía por qué se hacía la guardia junto al banco, pero se hacía. Se hacía noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación todos los oficiales transmitían la orden y los soldados la obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó: la tradición es algo sagrado que no se cuestiona ni se ataca: se acata. Si así se hacía y siempre se había hecho, por algo sería. Así se hacía, siempre se había hecho y así se haría. Y así siguió siendo hasta que alguien, no se sabe bien qué general o coronel curioso, quiso ver la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar se supo. Hacía 31 años, 2 meses y cuatro días un oficial había mandado montar guardia junto al banco, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca.
Familia Caridad Sacrificio
Rescatada
Una niña pequeña cuyos padres habían muerto, vivía con su abuela y dormía en una habitación del piso superior.
Una noche se produjo un incendio en la casa y la abuela pereció tratando de rescatar a la niña. El fuego se propagó rápidamente y el primer piso fue pasto de las llamas.
Los vecinos llamaron a los bomberos y se mantuvieron a la espera de ayuda ya que era imposible entrar en la casa pues las llamas bloqueaban todas las entradas. La pequeña apareció en una de las ventanas superiores, pidiendo a gritos ayuda, justo en el momento en que corría la voz entre la muchedumbre de que los bomberos tardarían unos minutos pues estaban todos en otro fuego.
De pronto, apareció un hombre con una escalera, la apoyó contra la fachada de la casa y desapareció en el interior. Cuando reapareció, llevaba en sus brazos a la pequeña. Dejó la niña en brazos de los que esperaban fuera y desapareció en la noche.
Una investigación reveló que la niña no tenía parientes. Semanas después se celebró una asamblea en el ayuntamiento para determinar quién se llevaría la niña a su casa para criarla.
Una maestra dijo que ella podría criar a la niña. Les hizo notar que podría asegurarle una buena educación. Un granjero se ofreció a criarla en su granja. Les hizo notar que vivir en una granja era saludable y satisfactorio. Otros hablaron, dando sus razones por las que sería ventajoso para la niña vivir con ellos.
Finalmente, el habitante más rico del municipio se levantó y dijo: "Yo puedo darle a esta niña todas las ventajas que habeis mencionado aquí, y además, dinero y todo lo que el dinero puede comprar".
Durante todo el tiempo, la niña permaneció con la mirada baja y en silencio.
"¿Quiere hablar alguien más?", preguntó el presidente de la asamblea.
Un hombre se adelantó desde el fondo de la sala. Andaba despacio y parecía dolorido. Cuando llegó al frente de la habitación, se paró directamente en frente de la pequeña y extendió sus brazos. La muchedumbre sofocó un grito. Sus manos y brazos tenían cicatrices terribles.
La niña gritó: "¡Éste es el hombre que me rescató!". De un salto, rodeó con sus brazos el cuello del hombre, asiéndose desesperadamente a él, como había hecho aquella fatídica noche. Apoyó la cara en su hombro y sollozó durante unos momentos. Entonces levantó los ojos y le sonrió. "Se levanta la asamblea" dijo el presidente.
Vocación Oración Vida interior
Sé tú mismo
Había una vez, en un lugar y en un tiempo que podría ser cualquiera, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto un árbol, que estaba profundamente triste. El pobre tenía un problema: no sabía quién era. El manzano le decía: "Lo que te falta es concentración, si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas, es muy fácil". El rosal le decía: "No le escuches. Es más sencillo tener rosas, y son más bonitas". El pobre árbol, desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, pero como no lograba ser como los demás se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: "No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior." Y dicho esto, el búho desapareció.
¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? Se preguntaba el árbol desesperado. Entonces, de pronto, comprendió. Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: "Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso, dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje. Tienes una misión, cúmplela. Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.
Apostolado
Sigo gritando para cambiar el mundo
Llegó una vez un profeta a una ciudad y comenzó a gritar, en su plaza mayor, que era necesario un cambio de la marcha del país. El profeta gritaba y gritaba y una multitud considerable acudió a escuchar sus voces, aunque más por curiosidad que por interés. Y el profeta ponía toda su alma en sus voces, exigiendo el cambio de las costumbres. Pero, según pasaban los días, eran menos cada vez los curiosos que rodeaban al profeta y ni una sola persona parecía dispuesta a cambiar de vida. Pero el profeta no se desalentaba y seguía gritando. Hasta que un día ya nadie se detuvo a escuchar sus voces. Mas el profeta seguía gritando en la soledad de la gran plaza. Y pasaban los días. Y el profeta seguía gritando. Y nadie le escuchaba. Al fin, alguien se acercó y le preguntó: "¿Por qué sigues gritando? ¿No ves que nadie está dispuesto a cambiar?" "Sigo gritando" –dijo el profeta– "porque si me callara, ellos me habrían cambiado a mí." José Luis Martín Descalzo
Familia Trabajo
¿Te puedo comprar una hora?
El hombre llegó del trabajo a casa otra vez tarde, cansado e irritado, y encontró a su hijo de cinco años esperándolo en la puerta. "Papá, puedo preguntarte algo?" "Claro, hijo, el qué? respondió el hombre.
"Papá, ¿cuánto dinero ganas por hora?" "¿Por qué lo preguntas?, dijo un tanto molesto. "Sólo quiero saberlo. Por favor dime cuánto ganas por hora", suplicó el pequeño. "Si quieres saberlo, gano 20 dólares por hora".
"Oh", repuso el pequeño inclinando la cabeza. Luego dijo: "Papá, ¿me puedes prestar 10 dólares, por favor?". El padre estaba furioso. "Si la razón por la que querías saber cuánto gano es sólo para pedirme que te compre un juguete o cualquier otra tontería, entonces vete ahora mismo a tu habitación y acuéstate. Piensa por qué estás siendo tan egoísta. Trabajo mucho, muchas horas cada día y no tengo tiempo para estos juegos infantiles".
El pequeño se fue en silencio a su habitación y cerró la puerta. El hombre se sentó y empezó a darle vueltas al interrogatorio del niño. "¡Cómo puede preguntar eso sólo para conseguir algo de dinero!". Después de un rato, el hombre se calmó y empezó a pensar que había sido un poco duro con su hijo. Quizás había algo que realmente necesitaba comprar con esos 10 dólares y, de hecho, no le pedía dinero a menudo. Fue a la puerta de la habitación del niño y la abrió.
"¿Estás dormido, hijo?", preguntó. "No, papá. Estoy despierto" respondió el niño. "He estado pensando, y quizá he sido demasiado duro contigo antes. Ha sido un día muy largo y lo he pagado contigo. Aquí tienes los 10 dólares que me has pedido".
El niño se sentó sonriente: "¡Oh, gracias, papá!", exclamó. Entonces, rebuscando bajo su almohada, sacó algunos billetes arrugados más. El pequeño contó despacio su dinero y entonces miró al hombre, el cual, viendo que el niño ya tenía dinero, empezaba a enfadarse de nuevo. "¿Por qué necesitabas dinero y ya tenías?", refunfuñó el padre.
"Porque todavía no tenía bastante, pero ahora sí tengo. Papá, ahora tengo 20 dólares..., ¿puedo comprar una hora de tu tiempo?".
Familia Unidad Fraternidad
Tender puentes
Se cuenta que, cierta vez, dos hermanos que vivían en granjas vecinas, separadas por un pequeño río, entraron en conflicto. Fue la primera gran desavenencia en toda una vida de trabajo uno al lado del otro, compartiendo las herramientas y cuidando uno del otro. Durante años ellos trabajaron en sus granjas y al final de cada día, podían atravesar el río y disfrutar uno de la compañía del otro. A pesar del cansancio, hacían la caminata con gusto, pues se tenían un gran aprecio. Pero ahora todo había cambiado. Lo que comenzara con un pequeño malentendido finalmente explotó en un cambio de ásperas palabras, seguidas por semanas de total silencio.
Una mañana, el hermano más mayor sintió que llamaban a su puerta. Cuando abrió vio un hombre con una caja de herramientas de carpintero en la mano y que buscaba trabajo: "Quizás usted tenga un pequeño servicio que yo pueda hacer". "Sí, claro que tengo trabajo para usted. Ve aquella granja al otro lado del río. Es de mi vecino. No, en realidad es de mi hermano más joven. Nos peleamos y no puedo soportar verle. ¿Ve aquella pila de madera cerca del granero? Quiero que usted construya una cerca bien alta a lo largo del río para que yo no tenga que verlo mas." El carpintero contestó: "Creo que entiendo la situación. Dígame dónde están el resto del material, que ciertamente haré un trabajo que le gustará."
Como tenía que irse a la ciudad, el hermano más mayor ayudó al carpintero a encontrar el material y partió. El hombre trabajó durante todo aquel día. Ya anochecía cuando termino su obra. El granjero regresó de su viaje y sus ojos no podían creer lo que veían. En vez de una cerca había un puente que unía las dos márgenes del río. Era realmente un buen trabajo, pero el granjero estaba furioso y le dijo: "Usted ha sido muy atrevido al construir ese puente después de lo que quedamos". Sin embargo, al mirar hacia el puente, vio a su hermano que se acercaba del otro margen, corriendo con los brazos abiertos. Por un instante permaneció inmóvil de su lado del río. Pero de repente, en un impulso, corrió en dirección del otro y se abrazaron en medio del puente.
Estados de ánimo
Todo pasa
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte: - Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total. Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo: -No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje -el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino. De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso. Simplemente decía: “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”. Mientras leía “esto también pasará” sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.
El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: -Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje. -¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida. -Escucha -dijo el anciano-: este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, la egolatría, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Entonces el anciano le dijo: -Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
Caridad Perdon Impaciencia
Tres pipas para calmar el enfado
Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad. El jefe le escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo. El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa.
Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que si le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa. Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.
Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos. Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores. El hombre, medio molesto, pero ya mucho más sereno, se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca.
Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: "Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho". El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tu mismo".
Dificultades Fortaleza
Tu daño me hizo más fuerte
Ben Sarok, un hombre cruel, no podía ver nada sano ni bello sin destrozarlo. Al borde de un oasis se encontró con una joven palmera. Esto le irritó, así que cogió una pesada piedra y la colocó justo encima de la palmera. Entonces, con una mueca malvada, pasó por encima. La joven palmera intentó eliminar la carga, pero fue en vano. Después, el joven árbol probó una táctica diferente. Cabó hacia el interior para soportar su peso, hasta que sus raíces encontraron una fuente escondida de agua. Entonces el árbol creció más alto que todos los otros, logró culminar todas las sombras. Con el agua de las profundidades de la tierra y el sol de los cielos se convirtió en un árbol majestuoso. Años más tarde, Ben Sarok volvió para disfrutar de la imagen del pequeño árbol que había destrozado. Pero no pudo encontrarlo en ningún lugar. Por último el árbol se inclinó, le mostró la piedra sobre su copa y dijo: "Ben Sarok, tengo que agradecerte, tu daño me hizo más fuerte".
Caridad Enfermos
Un bombero de 6 años
La madre de 26 años se quedó absorta mirando a su hijo que moría de leucemia terminal. Aunque su corazón estaba agobiado por la tristeza, también tenía un fuerte sentimiento de determinación. Como cualquier madre deseaba que su hijo creciera y realizara todos sus sueños. Pero ahora eso ya no iba a ser posible. La leucemia no se lo permitiría. Pero aún así, ella todavía quería que los sueños de su hijo se realizaran. Tomó la mano de su hijo y le preguntó: “Billy, ¿alguna vez pensaste en lo que querías ser cuando crecieras? ¿Soñaste alguna vez y pensaste en lo que harías con tu vida?”. “Mamá, de mayor siempre quise ser bombero”.
La madre se sonrió, y un poco más tarde, ese mismo día, se dirigió al Parque de Bomberos de Phoenix, Arizona, donde conoció al bombero Bob, un hombre con un corazón tan grande como la misma Phoenix. Ella le explicó el último deseo de su hijo de seis años y le preguntó si era posible darle un paseo alrededor de la manzana en un camión de bomberos. El bombero Bob dijo: “Mire, podemos hacer algo mejor que eso. Tenga a su hijo listo el miércoles a las 9 en punto de la mañana y lo haremos Bombero honorario durante todo el día. Puede venir con nosotros aquí al Parque de Bomberos, comer con nosotros y salir con nosotros cuando recibamos llamadas de incendios en todo nuestro radio de acción. Y si usted nos dice su talla, le conseguiremos un verdadero uniforme de bombero, con un sombrero verdadero y no uno de juguete, que lleve el emblema del Parque de Bomberos de Phoenix, un traje amarillo como el que nosotros llevamos y botas de goma. Todo se confecciona en Phoenix, así que nos es fácil conseguirlo bastante rápido”.
Tres días mas tarde el bombero Bob recogió a Billy, le puso su uniforme de bombero y lo condujo desde la cama del hospital hasta el camión de bomberos. Billy se sentó en la parte de atrás del camión y ayudó a conducirlo de regreso al Parque. Se sentía como en el cielo. Hubo tres avisos de incendio en Phoenix ese día y Billy pudo salir en los tres servicios. Se montó en tres camiones diferentes, en el microbús médico y también en el coche del Jefe de Bomberos. Le tomaron vídeos para las noticias locales de televisión.
El haber hecho realidad su sueño, con todo aquel amor y atención con que le trataron, emocionó tan profundamente a Billy que logró vivir tres meses más de lo que cualquier médico pensó que viviría. Una noche todas sus constantes vitales comenzaron a decaer dramáticamente y la Jefa de Enfermeras comenzó a llamar a los miembros de la familia para que vinieran al hospital. Luego, recordó el día que Billy había pasado como si fuera un bombero, así que llamó al Jefe del Parque y le preguntó si era posible que enviara a un bombero uniformado al hospital para que estuviera con Billy mientras entregaba su alma. El Jefe replicó: “Haremos algo mejor. Estaremos allí en cinco minutos. ¿Me hará un favor? Cuando oiga las sirenas sonando y vea el centelleo de las luces, ¿podría anunciar por los altavoces que no hay ningún incendio, sino que es el Departamento de Bomberos que va a ver a uno de sus miembros más destacados una vez más? Y por favor, ¿podría abrir la ventana de su cuarto? Gracias”.
Cinco minutos más tarde, el camión de escalera de los bomberos llegó al hospital y extendió la escalera hasta la ventana abierta del cuarto de Billy en el tercer piso. Dieciséis bomberos subieron por ella y entraron al cuarto. Con el permiso de su mamá, cada uno de ellos lo abrazó diciéndole cuánto lo amaban. Con su último aliento, Billy miró al Jefe de Bomberos y dijo: “Jefe, ¿soy verdaderamente un bombero ahora?”. “Sí, Billy, lo eres”. Con esas palabras, Billy sonrió y cerró sus ojos por última vez.
Dificultades
Un burro en un pozo
Un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El pobre animal lloró amargamente durante horas, mientras el campesino trataba de buscar alguna solución. Finalmente, como no encontraba otra solución, pensó que el burro ya estaba muy viejo y que el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas, así que realmente no valía la pena sacar al burro del pozo sino que era mejor enterrarlo allí. Pidió a unos vecinos que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a echar tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró y rebuznó de nuevo con más amargura. Luego, para sorpresa de todos, se tranquilizó después de caerle encima unas cuantas paladas de tierra.
Al cabo de un buen rato de trabajo, el campesino se asomó al pozo y vio con sorpresa que con cada palada de tierra el burro estaba haciendo algo muy inteligente: se sacudía cada palada de tierra y pisaba sobre ella. Había subido ya varios metros. Siguieron así, y al final el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando pacíficamente. Algo parecido puede sucedernos en nuestra vida. La vida nos tira a veces tierra, todo tipo de tierra; lo mejor es saber sacudirse esa tierra y usarla para dar un paso hacia arriba. Así, cada uno de nuestros problemas es un escalón hacia arriba.
Caridad Pensar en los demás
Un ciego con luz
Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le dice: “¿Qué haces, Guno, tú que eres ciego, con una lámpara en la mano? ¡Si tú no ves!”. Entonces el ciego le responde: “Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Conozco las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí. No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella”. Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno mismo y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.
Dificultades Fortaleza
Un elefante atado
Un día un niño vio como un elefante del circo, después de la función, era amarrado con una cadena a una pequeña estaca clavada en el suelo. Se asombró de que tan corpulento animal no fuera capaz de liberarse de aquella pequeña estaca, y que de hecho no hiciera el mas mínimo esfuerzo por conseguirlo. Decidió preguntarle al hombre del circo, que le respondió: "Es muy sencillo, desde pequeño ha estado amarrado a una estaca como esa, y como entonces no era capaz de liberarse, ahora no sabe que esa estaca es muy poca cosa para él. Lo único que recuerda es que no podía escaparse y por eso ni siquiera lo intenta". Esto nos sucede a todos en algunos temas, en los que tenemos topes o barreras con las que chocamos porque siempre las hemos visto como insuperables, aunque ya hayamos crecido lo suficiente para vencerlas, y no lo hacemos solo por un porque en algún momento nos detuvieron.
Familia Vida humana
Un embarazo arriesgado
La historia de Emilia es uno de esos casos difíciles de discernir. Su último embarazo presentó tan difícil que hoy en día lo transformarían en opción segura por el aborto. Aquí está su historia. ¿Qué habría hecho usted en su situación?
Emilia pertenecía a una familia de clase media en un país europeo que sufría estragos y carestías después de una prolongada guerra nacional. Hambre y epidemias amenazaban a toda la población. Emilia desde pequeña había tenido una salud delicada, que no había podido mejorar por las condiciones en las que vivía. Siendo muy joven, se casó con un modesto empleado y se establecieron en una población nueva lejos de familiares y conocidos. Poco tiempo después nació su primer hijo, Edmund, un chico atractivo, buen estudiante, atleta y con gran personalidad. Unos años más tarde, Emilia dio a luz a una niña, que sólo sobrevivió pocas semanas por las malas condiciones de vida a la que la familia estaba sometida. Catorce años después del nacimiento de Edmund y casi diez de la muerte de su segunda hija, Emilia se encontraba en una situación particularmente difícil. Tenía cerca de cuarenta años y su salud no había mejorado: sufría severos problemas renales y su sistema cardiaco se debilitaba poco a poco debido a una afección congénita. Por otro lado, la situación política de su país era cada vez más crítica, pues había sido muy afectado por la recién terminada primera guerra mundial. Vivían con lo indispensable y con la incertidumbre y el miedo de que estallase una nueva guerra. Y justamente en esas terribles circunstancias, Emilia se dio cuenta de que nuevamente estaba embarazada. A pesar de que el acceso al aborto no era sencillo en esa época y en ese país tan pobre, existía la opción y no faltó quien se ofreciera para practicárselo. Su edad y su salud hacían del embarazo un alto riesgo para su vida. Además su difícil condición de vida le hacía preguntarse: ¿qué mundo puedo ofrecer a este pequeño? ¿Un hogar miserable? ¿Un pueblo en guerra? ¿Vale la pena que le dé la vida? A esta situación tan difícil que enfrentaba Emilia, se sumaría otra problemática que ella aún no conocía, pero de saberla, le haría cuestionar aún más la conveniencia de que este hijo naciera. Emilia morirá tan sólo diez años después a causa de su precaria salud. Trágicamente, también Edmund, el único hermano del bebé que esperaba, vivirá sólo unos pocos años más. Algunos años más tarde, estallaría la segunda guerra mundial, en la que el padre de la criatura que estaba por nacer también perderá la vida, con lo que ese niño iba a quedar absolutamente solo en la vida y en un ambiente adverso. Si a ested le tocara juzgar la conveniencia del nacimiento del hijo de Emilia, tendría que tomar en cuenta que, además de una situación sumamente crítica, a este niño le esperaba una vida en la completa orfandad: ni su padre, ni su madre, ni su único hermano podrían acompañarle en medio de las condiciones espantosas de la segunda guerra mundial que estaba por venir. ¿Para qué traer al mundo a un niño que desde el momento de nacer conocerá el sufrimiento? ¿Qué futuro puedo ofrecerle? ¿Será una insensatez llevar adelante mi embarazo? Son preguntas que cualquier mujer se haría en la situación de Emilia. Afortunadamente, ella optó por la vida de su hijo, a quien puso el nombre de Karol. Hoy quizá ese niño sería seguramente una víctima del aborto. Pero, gracias al valor de una mujer llamada Emilia, se encuentra vivo y se llama Karol Wojtyla, a quien todo el mundo conoce como Juan Pablo II.
Santidad Caridad heroica
Un gitano mártir
Ceferino Jiménez Malla es el primer gitano que ha subido a los altares. Tendrá un sitio entre los grandes del espíritu, pues la santidad no tiene nada que ver con la cuna, ni con la cultura, ni con la raza. La santidad tiene que ver con el corazón. Aquí van dos muestras de su espíritu generoso.
Un día, el ex alcalde del pueblo oscense, Rafael Jordán, sufrió un vómito de sangre mientras iba por la calle, como consecuencia de la tuberculosis que padecía. Esa enfermedad inspiraba entonces un gran temor y la gente no se acercó. Ceferino lo limpió y lo llevó a su propia casa. Aquel acto de generosidad cambió su vida, pues la familia del ex alcalde le pidió que adquiriera una cuantas mulas en Francia y cuando Ceferino fue a entregarlas le dijeron que se las quedara. Era rico. Sin embargo muchos gitanos le pidieron favores y así, tío Ceferino, volvió a arruinarse: no podía dejar de socorrer a los suyos.
Ceferino presenció la detención de un joven sacerdote, que forcejeaba con los milicianos. ¡Válgame la Virgen!, exclamó, tantos hombres contra uno y además inocente. Varios milicianos se lanzaron contra él, lo cachearon y le encontraron una navajilla y un modesto rosario. Bastó para conducirlo, maniatado, a la cárcel popular. Un amigo influyente intentó salvar su vida y le aconsejó que pusiera una excusa para justificar la presencia del rosario. Ceferino se negó. No era su estilo de tratante de ganado decir hoy una cosa y mañana otra; la gente le conocía y sabía que su palabra era ley en la que se podía fiar. Se negó a mentir, se negó a excusarse, por más que sabía lo que le ocurriría por ello. Como así ocurrió, pues Ceferino fue ajusticiado pocos días después, junto al cementerio.
Ceferino rezaba cuando iba por la calle. El “Bomba”, otro gitano, recuerda a Ceferino rosario en mano en dirección a la iglesia: “Nos saludaba y después seguía rezando. Lo digo porque yo veía cómo movía los labios. Reunía a los niños y las familias para rezar juntos el rosario”. Araceli Dual recuerda haber sido convocada varias veces a casa del Pelé con otros niños para rezar juntos. El anciano era muy alto, y para estar a la altura de los chiquillos se ponía de rodillas.
Vida humana
Un tipo con suerte
Recuerdo que conocí a Javi el verano pasado en un campo de trabajo con toxicómanos en rehabilitación. Cuando me preguntó que por qué empleaba mis vacaciones de verano en una cosa así, hinché el pecho y me enorgullecí de mi mismo y de lo bueno que era. Pero no me duró mas de 10 segundos, el tiempo que tardé en devolverle la pregunta y me contestó que le reventaba ver a gente sola, que la soledad hay que "mamarla".
Pensé que Javi había sufrido mucho, más todavía cuando me dijo que a él lo abandonaron en un contenedor a los pocos días de nacer. La congoja que me entró no fue nada comparado con el océano que se abrió a continuación ante mi conciencia. Le dije que lo sentía, que vaya faena, y me respondió que si estaba tonto, que se sentía un afortunado... Debí poner la misma cara que un pingüino en un garaje, pues rápidamente me dio la mejor lección que han dado en la vida. "Soy un tío con suerte -me espetó-, pues está claro que fui un embarazo no deseado, si llega a ser ahora, por 50.000 pesetas me cortan el cuello." Y siguió recogiendo patatas del suelo, como si nada. Siguió con su vida, ayudando a los demás. El valor de la vida humana y la dignidad del ser humano como tal, desde su comienzo hasta su fin natural, está por encima de cualquier situación adversa que se presente en el transcurso de la misma. Y si no, que se lo digan a Javi, un tipo con suerte. (Jesús García Sánchez-Colomer. Publicado en ABC, 19.VI.01).
Eucaristía Oración
Una hora diaria
Contaba la Madre Teresa de Calcuta en su orden, inicialmente, que tenían media hora de adoración ante Jesús Sacramentado una vez al mes. En un congreso decidieron pasar a una hora diaria. Recibieron permiso para que una de ellas pudiera colocar a Jesús en la custodia durante esa hora de adoración. Desde entonces, cuenta, mejoró la alegría, la atención de los enfermos, se llegaba a más y se doblaron el número de aspirantes.
Caridad Servicio
Una noche tormentosa
Una noche tormentosa hace los muchos años, un hombre mayor y su esposa entraron a la antecámara de un pequeño hotel en Filadelfia. Intentando conseguir resguardo de la copiosa lluvia la pareja se aproxima al mostrador y pregunta: "¿Puede darnos una habitación?". El empleado, un hombre atento con una cálida sonrisa les dijo: "Hay tres convenciones simultáneas en Filadelfia... Todas las habitación, de nuestro hotel y de los otros están ocupadas.
El matrimonio se angustió pues era difícil que a esa hora y con ese tiempo horroroso fuesen a conseguir dónde pasar las noche. Pero el empleado les dijo: "Miren..., no puedo enviarlos afuera con esta lluvia. Si ustedes aceptan la incomodidad, puedo ofrecerles mi propia habitación. Yo me arreglaré en un sillón de la oficina. El matrimonio lo rechazó, pero el empleado insistió de buena gana y finalmente terminaron ocupando su habitación.
A la mañana siguiente, al pagar la factura el hombre pidió hablar con él y le dijo: "Usted es el tipo de Gerente que yo tendría en mi propio hotel. Quizás algún día construya un hotel para devolverle el favor que nos ha hecho". El conserje tomó la frase como un cumplido y se despidieron amistosamente. Pasaron dos años y el concerje recibe una carta de aquel hombre, donde le recordaba la anécdota y le enviaba un pasaje ida y vuelta a New York con la petición expresa de que los visitase. Con cierta curiosidad el conserje no desaprovechó esta oportunidad de visitar gratis New York y concurrió a la cita. En esta ocasión el hombre mayor le llevó a la esquina de la Quinta Avenida y la calle 34 y señaló con el dedo un imponente edificio de piedra rojiza y le dijo: "Este es el Hotel que he contruido para usted".
El conserje miró anonadado y dijo: "¿Es una broma, verdad?". "Puedo asegurarle que no", le contestó con una sonrisa cómplice el hombre mayor. Y así fue como William Waldorf Astor construyó el Waldorf Astoria original y contrató a su primer gerente de nombre George C. Boldt (el conserje en la noche lluviosa). Obviamente George C. Boldt no imaginó que su vida estaba cambiando para siempre cuando hizo aquel favor para atender al viejo Waldorf Astor en aquella noche tormentosa. No tenemos muchos "Waldorf Astor" en el mundo, pero un jefe satisfecho o un cliente sorprendido pueden equivaler a nuestro Waldorf-Astoria personal.
Aprovechamiento tiempo Gratitud
Una ocasión especial
Mi cuñado abrió el cajón inferior del tocador de mi hermana y sacó un paquete envuelto en papel de seda. Llevaba todavía colgada la etiqueta del precio, con una cifra astronómica en ella. "Joan compró ésto la primera vez que fuimos a Nueva York, hace al menos 8 ó 9 años. Nunca se lo puso. Estaba guardándolo para una ocasión especial. Bien; creo que ésta es la ocasión".
Sus manos se demoraron por un momento en el suave tejido, luego cerró bruscamente el cajón y se volvió hacia mí. "Nunca guardes nada para una ocasión especial. Cada día que estás viva es una ocasión especial".
Recordé esas palabras durante el funeral y los días que le siguieron, cuando le ayudé a él y a mi sobrina a atender todos los tristes quehaceres que siguen a una muerte inesperada. Pensé en ello en el avión, de vuelta a California desde el Medio Oeste donde vive la familia de mi hermana. Pensé en todas las cosas que ella no había visto, oído o hecho. Pensé en todas las cosas que ella había hecho sin darse cuenta de que eran especiales. Todavía pienso en sus palabras y han cambiado mi vida. Leo más. Me siento en el porche y admiro el paisaje. Paso más tiempo con mi familia y amigos. Trato de reconocer los mejores momentos y disfrutarlos. No "guardo" nada; uso nuestra porcelana china y la cristalería para cualquier evento especial, tal como perder medio kilo, desatascar el fregadero o el primer capullo de camelia. "Algún día" y "Un día de éstos" están perdiendo su hegemonía en mi vocabulario. Si vale la pena ver u oír o hacer algo, es mejor que sea cuanto antes.
No estoy segura de lo que hubiese hecho mi hermana si hubiese sabido que no estaría aquí para ese mañana que todos damos por seguro. Creo que habría llamado a los miembros de la familia y a algunos amigos cercanos. Habría llamado a algunos antiguos amigos para disculparse y arreglar antiguas desavenencias. Son esas pequeñas cosas que se dejan sin hacer las que me enfurecerían si supiese que mis horas estaban contadas. Furiosa porque no poder ver a buenos amigos con los que iba a ponerme en contacto algún día. Furiosa por no haber escrito ciertas cartas que pretendía escribir un día de éstos. Furiosa y apenada por no haberles dicho lo bastante a menudo a mi esposo y mis hijas cuánto los quiero.
Estoy tratando seriamente de no aplazar, refrenar o guardar algo que pueda alegrar o hacer más luminosas nuestras vidas. Y cada mañana, cuando abro los ojos, me digo a mí misma que es un día especial. Cada día, cada minuto, cada vez que respiro, verdaderamente es... un regalo de Dios.
Fortaleza Conversión
Volar sobre el pantano
Un pájaro que vivía resignado en un árbol podrido en medio del pantano, se había acostumbrado a estar ahí. Comía gusanos del fango y se hallaba siempre sucio por el pestilente lodo. Sus alas estaban inutilizadas por el peso de la mugre, hasta que cierto día un gran ventarrón destruyó su guarida. El árbol podrido fue tragado por el cieno y el pájaro se dio cuenta de que iba a morir. En un deseo repentino de salvarse, comenzó a aletear con fuerza para emprender el vuelo. Le costó mucho trabajo, porque había olvidado como volar, pero se enfrentó al dolor del entumecimiento hasta que logró levantarse y cruzar el ancho cielo, llegando finalmente a un bosque fértil y hermoso.
Los problemas que tenemos son muchas veces como el ventarrón que ha destruido tu guarida y te está obligando a elevar el vuelo o morir. Nunca es tarde. No importa lo que se haya vivido, ni los errores que se hayan cometido, ni las oportunidades que se hayan dejado pasar, ni la edad. Siempre estamos a tiempo para decir "basta", para sacudirnos el cieno y volar alto y lejos.